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Edith Stein a 22 años,
en 1913,
cuando era estudiante universitaria en Gottingen
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1 - QUIÉN ES EDITH STEIN
Es una de las mujeres más eminentes
y ricas de interés de nuestro siglo. Por su originalidad y la complejidad
de los acontecimientos existenciales que caracterizan su vida, es difícil
encuadrarla con fidelidad en un breve perfil biográfico.
Edith Stein nació en 1891 en Breslau, ciudad que en aquel tiempo pertenecía a Alemania, y
era la capital de la
Silesia prusiana (hoy Wroclaw en Polonia). Era la última
de siete hijos de una familia judía profundamente religiosa y ligada a las
tradiciones. Nació el 12 de octubre,
día de la fiesta religiosa del Kippur, esto es, de la Expiación. Ya la
madre vio en esta circunstancia un signo de predilección de Dios y el
preludio del singular destino de su hija.
Inteligente, dinámica, desde muy
joven iniciada en los intereses culturales de los hermanos mayores, Edith
se inscribe en 1910 en la Universidad de Breslau, y será la única mujer que sigue, ese año, los
cursos de filosofía. Dijo
una vez: "El estudio de la filosofía es un continuo caminar al
borde del abismo", pero ella, intelectual y espiritualmente
madura, supo hacer de la misma una vía privilegiada de encuentro con la
verdad.
Mientras seguía cierto seminario de
estudios, entró en contacto con el pensamiento de Edmund Husserl, profesor de la Universidad de Gotinga. Y nació un interés profundo. Experimentó un gran
entusiasmo por el autor, iniciador de la fenomenología, quien le pareció "el filósofo" de su
tiempo. Se trasladó a la
Universidad de Gotinga y consiguió conocer al filósofo
Husserl.
Del entusiasmo por la primera obra
del maestro, las Investigaciones lógicas, Edith, con otros
estudiantes investigadores como ella, pasó a una actitud crítica cuando
Husserl, con Ideas para una fenomenología pura, pasó del realismo
del estudio de los fenómenos al idealismo trascendental.
Conoció a otro fenomenólogo, Max Scheler,
muy distinto de Husserl, que provocaba a su auditorio con intuiciones
originales y estimulaba su espíritu. En ella, que se declaraba atea, Scheler consiguió despertar la necesidad religiosa, más
adormecida que apagada. Poco tiempo antes, Scheler
había retornado a la fe católica, y exponía su credo de manera fascinante.
Edith no alcanzó en ese momento la
fe, pero vio abrirse ante sí un nuevo ámbito de fenómenos, ante los cuales
no podía permanecer insensible. En la escuela de Husserl había aprendido a
contemplar las cosas sin prejuicios. Escuchando a Scheler,
se le derrumbaban las barreras de los prejuicios racionales entre los que
había crecido sin saberlo. Ella misma dice: "El mundo de la fe se me abría de improviso delante".
Cuando comenzó la primera guerra mundial, en 1914,
se sintió espiritualmente atraída por la idea de oponerse al odio con un
servicio de amor. Y se hizo voluntaria de la Cruz Roja en un hospital militar de enfermedades
infecciosas, situado en una pequeña ciudad de Moravia. Y
volvió a la filosofía con una nueva actitud: "¡No la ciencia, sino
la dedicación a la vida tiene la última palabra!"
A pesar de sus reservas ante el
pensamiento filosófico de Husserl, Edith permaneció a su lado, y en 1916 lo siguió como asistente en la Universidad de Friburgo, donde se licenció con una tesis titulada El
problema de la empatía (Einfuhlung). Al año
después consiguió el doctorado
summa cum
laude en la misma universidad.
Por las necesidades propias de sus
estudios, en primer lugar, y por las exigencias de la amistad, después,
transcurrió largos períodos estivales en Bergzabern,
en el Palatinado, en casa del matrimonio Conrad-Martius.
Fue en el verano de 1921,
durante uno de estas estancias cuando Edith leyó - en una sola noche - el Libro
de la vida de Santa Teresa de
Ávila. Al cerrar el libro, con las primeras luces del alba, tuvo que
confesarse a sí misma: "¡Esta
es la Verdad!".
Recibió el bautismo en Bergzabern algunos meses
después, el 1 de enero de 1922.
Quiso y consiguió que fuese su madrina su amiga Hedwig Conrad-Martius, la cual era
cristiana, pero de confesión protestante. Añadió a Edith los nombres de
Teresa y Edvige.
Fue después a visitar a su familia,
a casa de la anciana madre Augusta, para contarles lo que había hecho. Se
puso de rodillas y le dijo: "¡Mamá,
soy católica!". La madre, firme creyente de la fe de Israel,
lloró. Y lloró también Edith. Ambas sentían que, a pesar de seguirse amando
intensamente, sus vidas se separaban para siempre. Cada una de las dos
encontró a su manera, en la propia fe, el valor de ofrecer a Dios el
sacrificio solicitado.
En Friburgo Edith empezaba a sentirse
a disgusto. Advertía las primeras llamadas interiores de la vocación a la
consagración total al Dios de Jesucristo. Así pues dejó su trabajo como
asistente de Husserl, y decidió pasar a la enseñanza en el Instituto de las
Dominicas de Spira.
Ella escribe: "Fue Santo Tomás el que me enseñó que se pueden
complementar perfectamente el estudio y una vida dedicada a la oración.
Sólo después de comprenderlo me atreví a entregarme de nuevo a mis estudios
con seria aplicación. Es más, creo que, cuanto más profundamente nos
sentimos atraídos por Dios, más debemos salir de nosotros mismos, también
en este sentido. Esto es: debemos volver al mundo para traer la vida divina".
Se dedicó entonces a confrontar la
corriente filosófica en la que se había formado, la fenomenología, con la
filosofía cristiana de Santo Tomás
de Aquino, en la que siguió profundizando. Resultado de
esta investigación fue el estudio que dedicó a su viejo maestro Husserl en
su 70º cumpleaños: La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás.
Era el año 1929. El mismo
año daba inicio a los ciclos de Conferencias
culturales para la promoción de la
mujer.
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Edith Stein, en una
foto de 1930
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Tres años después, en 1932, dejó Spira
para dedicarse totalmente a los estudios filosóficos, y entró como profesora en la Academia pedagógica de Münster. Permaneció
solamente un año: con la llegada al poder de Hitler, se promulgaron las
leyes de discriminación racial, y Edith Stein tuvo que abandonar
la enseñanza.
El 30 de abril de 1933, durante la
adoración del Santísimo Sacramento sintió con claridad su vocación a la
vida religiosa monástica del Carmelo, que había empezado a intuir el día del
bautismo, y tomó interiormente su decisión. ¡Para la madre supuso otro
golpe! "También siendo hebreo se puede ser religioso", le
había dicho para disuadirla. "Claro - le había respondido Edith
-, si no se ha conocido otra cosa".
Dios la llamaba para conducirla al
desierto, le hablaba en su corazón para invitarla a compartir la infinita
sed de Jesús por la salvación de los hombres. Libre y alegremente dejaba un
mundo lleno de amigos y admiradores, para entrar en el silencio de una vida
desnuda y silenciosa, atraída sólo por el amor a Jesús. El 15 de octubre de 1933 Edith
entraba en el Carmelo de Colonia.
Tenía 42 años.
El domingo 15 de abril de 1934 tomó
los hábitos y se hizo novicia con el nombre de Sor Teresa Benita de la Cruz. Entre tanto, el provincial de los carmelitas
insistió para que se dedicara a completar su obra "Ser finito y Ser eterno",
iniciada antes de entrar en el Carmelo. En 1938 culminó su formación
carmelita y el 1 de mayo hizo los votos de profesión religiosa carmelita
para toda la vida.
Pero el 31 de diciembre de 1938 se cernía sobre Edith el drama de la
cruz. Para huir de las leyes raciales contra los judíos, tuvo que dejar el
Carmelo de Colonia. Se refugió en Holanda, en el Carmelo de Echt. Era un momento
trágico para toda Europa y especialmente para los ciudadanos de origen
judía, perseguidos por los nazis. El 23 de marzo se ofreció a Dios como
víctima de expiación. El 9 de junio redactó su testamento espiritual, en el
que declaraba su aceptación de la muerte en una hora tan funesta, mientras
arreciaba la segunda guerra mundial.
En 1941, por encargo de la Priora del monasterio
de Echt, dio inicio a una nueva obra y la
continuó mientras pudo, esta vez sobre la teología mística de San Juan de la Cruz. La tituló Scientia Crucis. La obra quedó
incompleta, porque también en Echt los nazis
terminaron por alcanzarla. Las escuadras de las SS la deportaron al campo de
concentración de Amersfort, y de ahí al de Auschwitz. "¡Vamos! -
dijo mientras salía con su pobre equipaje a su hermana Rose, que vivía en
la hospedería del monasterio y que fue capturada junto a ella - ¡Vamos a morir por nuestro pueblo!"
Había pasado de la cátedra de
docente universitaria al Carmelo. Y ahora, de la paz del claustro, espacio
del amor contemplativo, pasaba a los horrores de un lager
nazi. Edith Stein, Sor Teresa Benita de la Cruz, murió en las cámaras de gas de Auschwitz el 9 de agosto de 1942.
Fue beatificada por Juan
Pablo II en Colonia, en el aniversario de su consagración definitiva,
el 1 de mayo de 1987. Fue proclamada Santa por el mismo pontífice en la Plaza de San Pedro de
Roma el 11 de octubre de 1998.
2 - ITINERARIO FILOSÓFICO Y
RELIGIOSO
La aceptación serena y consciente
de este final presupone una madurez humana y espiritual completa, la
posesión tranquila - en los límites en que esto resulta posible a un ser
humano finito - de esa suma Verdad y de ese sumo Amor que es el Ser eterno en sí mismo.
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Edith Stein en 1931,
dos años ante de entrar en el
Carmelo de Colonia
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A esta meta Edith había llegado pasando
por una maduración intelectual y filosófica que se puede considerar ya
culminada en el momento de abandonar el mundo para entregarse a la
contemplación de Dios, que es su vocación monástica carmelita.
Lo que más llama la atención en
Edith Stein es la claridad de su objetivo, la persistencia infatigable de
la búsqueda con que lo persiguió durante toda la vida. "
La sed de la
verdad - dijo a propósito del tiempo que precedió a su
conversión - era mi única oración". Esta búsqueda, abriéndose
al Ser divino, se convertirá en búsqueda de Dios, no del Dios de las
abstractas filosofías, sino del Dios personal, el Dios de Jesucristo.
No nos sorprende pues que, a partir
de la fenomenología, Edith
Stein llegara a la Escolástica y
que en este panorama de luz total sobre el ser pudiera escuchar la
exigencia de abordar una experiencia y una doctrina de carácter místico.
En los años treinta, los varios
círculos de pensadores neo-escolásticos afrontaban frecuentemente la
relación entre filosofía y mística,
interesándose especialmente por las diferencias entre las vías propuestas
por Tomás de Aquino y por Juan de la Cruz para la vida
espiritual.
Escribe Dubois:
"Era la época de los Congresos Tomistas, de los Estudios Carmelitas, de
las reuniones de Meudon, en torno a Jacques e Raissa Maritain. Dan
testimonio de que, en este momento del pensamiento cristiano, la vida de
oración y la búsqueda de la santidad se presentan como formas de la
actividad filosófica, en la realidad de la existencia."
En esa época, Edith había madurado
ya la superación de la
postura de su maestro Husserl.
Sus intereses especulativos gravitaban en torno a Santo Tomás, y su
espíritu se orientaba hacia la experiencia mística carmelita, manteniendo,
a pesar de todo, el profundo signo de su iniciación a la filosofía en la
escuela de Husserl.
La orientación del pensamiento de
Husserl atraía a sus discípulos. "Cada consciencia es consciencia
de algo. La clave está en volver a las cosas y preguntarse
qué es lo que dicen de sí mismas, obteniendo así certezas que no proceden
de teorías preconcebidas, de opiniones recibidas y no verificadas. Eran
perspectivas estimulantes. Fórmulas como ‘La verdad es un absoluto’, que Husserl había propuesto en su
primera obra 'Investigaciones lógicas' suponían una ruptura con el relativismo". (Dumareau)
Edith había entrado así en un
círculo de personas unidas por la pasión por la verdad y por auténticos
vínculos humanos. Es interesante el testimonio de Hedwig Conrad Martius:
"¡Nacidos del Espíritu! Yo quiero expresar con estas palabras que no
se trataba solamente de un método de pensamiento y de investigación. Este
método constituyó y constituye entre los discípulos de Husserl un vínculo
para el cual no encuentro parangón mejor que el de un nacimiento natural en
un espíritu común. Desde el principio tuvo que haber un gran secreto,
escondido en la intención de esta nueva orientación filosófica, una
nostalgia de un retorno a lo objetivo, a la santidad del ser, a la pureza y
la castidad de las cosas."
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Edith Stein en 1938,
cinco años después de su llegada
al Carmelo de Colonia
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Aunque ni siquiera Husserl superó
el subjetivismo, en realidad la apertura al objeto, propia de la
intención original de esta escuela en la que se formó filosóficamente Edith
Stein, invitaba a muchos discípulos a avanzar, por la vía de la
objetividad, hacia el ser mismo.
Lo que atrajo intensamente a Edith
Stein fue la apertura directa de la conciencia al ser del mundo. "A
través de esta realidad del ser del mundo Dios nos habla. Él está ahí,
detrás, él sólo es El que es. Abrirse a la voz del mundo que habla a la
consciencia es abrirse a Dios, es escuchar a Dios. El camino de la
contemplación está muy cerca." (J. de Fabrègues)
La posición crítica de Edith
respecto al desarrollo de la doctrina de Husserl por una línea que fue
denominada de "idealismo trascendental" favoreció su aproximación
a la perspectiva de la
Escolástica. Y el encuentro con el Ser infinito hizo
crecer en su espíritu el germen de la contemplación.
Procediendo con el método
fenomenológico, en la perspectiva inicial de la adhesión a la objetividad
de las cosas, Edith trató, en su primera producción científica, algunos
temas de carácter psicológico, comunitario, social. Según uno de los más
serios estudiosos de Edith Stein, Reuben Guilead,
"hay un problema en el que se concentra todo su interés filosófico: el
de la persona humana. No es
una casualidad que sus primeros escritos graviten sobre cuestiones de
naturaleza psíquica, comunitaria y social. Ahora, la búsqueda de la esencia
de la persona humana está unida indisolublemente a la de la dimensión
espiritual. Así que no nos sorprende que, desde sus primeros escritos,
Edith Stein afronte la cuestión de una ontología del espíritu".
3 - ESCRITOS DEL PERÍODO FENOMENOLÓGICO
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La Universitad de Breslau, ciudad natal de Edith Stein, donde inició sus
estudios universitarios
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Edith trabajó en su tesis de licenciatura sobre el
"Problema de la empatía",
concentrándose sobre este tema. Con el término "empatía" se
traduce el alemán "Einfuhlung", y la misma Edith lo explica así:
"Es una experiencia sui generis, la experiencia del estado de consciencia de los otros en
general... la experiencia que un yo en general tiene de otro yo similar a
éste".
Respecto a otro pensador que se ha
ocupado del mismo problema, Theodor
Lipps, que sostiene que, entre el yo
original y el yo aferrado en la empatía, puede presentarse una perfecta
coincidencia, Edith mantiene una posición diferente. Sostiene efectivamente
que una empatía perfecta en este sentido es imposible. Si se puede producir
una cierta participación en el estado de ánimo del otro, esto no significa
que se pueda aferrar perfectamente su situación, sus impulsos y sus
motivaciones.
Si el otro, con quien el sujeto
realiza un contacto, es persona espiritual, comprenderlo significa para
Edith penetrar en ese mundo de valores que constituye el fundamento más
íntimo de su ser. Por eso puede bastar un solo gesto, un solo movimiento o
una sola palabra, porque todo está caracterizado por la personalidad.
En su ensayo Causalidad psíquica,
Edith Stein, que aprendió de su maestro Husserl la fenomenología como ciencia
de la consciencia, sostiene la autonomía, y por ende el carácter
personal de la fuerza vital espiritual de cada uno. Ésa es la causa por la
que no todos se abren a determinados valores con el mismo ímpetu y la misma
capacidad receptiva.
Existen también fenómenos únicos,
como son los del santo y el místico. Este ensayo se remonta a la época de
su conversión, y en él Edith, basándose en su propia experiencia, escribe
una célebre página sobre el "estado de reposo en Dios", que regenera profundamente a la persona.
En dicha página se siente vibrar el
acento de quien, percibiendo interiormente una presencia misteriosa, la
actividad que procede de la fuerza superior de Dios, se abandona libremente
a un sentimiento de íntima seguridad y experimenta un nuevo sentimiento de
libertad, una fuerza, un renacimiento. Edith alcanza de este modo la unidad
de vida entre el camino intelectual y el camino religioso:
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Edith Stein (arriba)
en 1916, cuando leyó la tesis de filosofia
sobre el "Problema de la
Empatia"
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"Existe un estado de reposo en Dios, de total suspensión de
todas las actividades de la mente, en el cual ya no se pueden hacer planes,
ni tomar decisiones, ni hacer nada, pero en el cual, entregado el propio
porvenir a la voluntad divina, uno se abandona al propio destino. Yo he
experimentado un poco este estado, como consecuencia de una experiencia
que, sobrepasando mis fuerzas, consumó totalmente mis energías espirituales
y me quitó cualquier posibilidad de acción. Comparado con la suspensión de
actividad propia de la falta de vigor vital, el reposo en Dios es algo
completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. En
su lugar se experimenta un sentimiento de íntima seguridad, de liberación
de todo lo que es preocupación, obligación, responsabilidad en lo que se
refiere a la acción. Y mientras me abandono a este sentimiento, poco a poco
una vida nueva empieza a colmarme y - sin tensión alguna de mi voluntad - a
invitarme a nuevas realizaciones. Este flujo vital parece brotar de una actividad
y una fuerza que no son las mías, y que, sin ejercer sobre ellas violencia
alguna, se hacen activas en mí. El único presupuesto necesario para un
renacimiento espiritual de esta índole parece ser esa capacidad pasiva de
recepción que se encuentra en el fondo de la estructura de la persona."
4 - DE LA CENTRALIDAD DEL YO-CONSCIENCIA A LA CENTRALIDAD DE DIOS
Estudiando
la filosofía de Santo Tomás de Aquino, Edith Stein realizó una comparación
con la teoría fenomenológica de Husserl. Este estudio la llevó a
desarrollar su pensamiento desde perspectivas e implicaciones de un
carácter cada vez más religioso.
Descubrirá
poco a poco que también para Santo Tomás el verdadero fundamento del
conocimiento es el encuentro con la realidad creada, es decir,
con el mundo de las cosas. Desde este fundamento, la inteligencia humana se
eleva para comprender la necesidad
del Dios creador, y el corazón se abre a la recepción de su
misterio, que es el amor infinito.
En su
camino apasionado de búsqueda de la Verdad, ya no le bastaba la teoría de la
esencia de las cosas, por la cual Husserl ponía el ser de las cosas mismas
como "entre paréntesis". Según Edith Stein, el ser es anterior al
espíritu que se sitúa ante él. De Husserl no admitía la doctrina que
propone una trascendencia sin Dios. Y tampoco estaba de acuerdo con Heidegger, que ponía todo el peso
en la existencia, como si ésta pudiera "explicarse a sí misma" y
construir un sistema de certezas, anulando de hecho la trascendencia.
Buscó entonces,
y halló, la claridad para su construcción filosófica; situar en el punto de
partida el ser que contiene la esencia en sí mismo, pero también el existir
concreto.
5 - "SER FINITO Y SER ETERNO"
Edith
realizó este proyecto de síntesis en su obra máxima que, iniciada antes de
entrar en el Carmelo de Colonia, completó después de su primera profesión
religiosa, por obediencia a sus superiores. Se titula Ser finito y Ser
eterno. Es una obra en la que se armonizan los problemas de la filosofía
y los problemas de la teología.
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Edith Stein en 1925, cuando enseñaba en el Instituto de las
Domenicas de Spira
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En la paz
contemplativa de su celda de carmelita, Edith experimenta personalmente lo
que puede significar asir a Dios en la fe, sin verlo ni poseerlo, en la medida
en que ya hemos sido asidos por la gracia. Esta profunda "oscuridad de
la fe" la lleva a intuir, más allá de los sentidos y de la razón, la
claridad de Dios hacia la cual se ha encaminado.
Es la
experiencia de la noche, de la que trata el doctor místico San Juan de la Cruz.
"Pero puesto que el camino
en las tinieblas se nos hace difícil, cualquier rayo de luz que descienda
en la noche, como primer mensajero de la claridad futura, constituye una
ayuda inestimable para no extraviarse. Y también la pequeña luz de la razón
natural puede realizar servicios apreciables."
Aclarada
la función de la filosofía, Edith Stein se interroga sobre el ser del yo,
esto es, el ser finito, en relación con el Ser eterno:
"¿De dónde viene este ser
que la persona experimenta como recibido? Mi ser, en lo que se refiere al
modo en que lo encuentro ya dado y por cómo me hallo en él a mi mísmo, es un ser inconsistente. ¡Yo no soy por mí
mismo! Por mí mismo no soy nada, cada instante me encuentro de frente a la
nada y tengo que recibir como don, instante tras instante, de nuevo el ser.
Y sin embargo este ser inconsistente es ser, y yo en cada instante estoy en
contacto con la plenitud del ser.
El devenir y el pasar revelan la
idea del ser verdadero, eternamente inmutable. [...] En este ser mío
mutable percibo algo duradero. [...] Es la dulce y feliz seguridad del niño
sostenido por un brazo robusto, seguridad que, considerada objetivamente no
es menos razonable. ¿O sería razonable el niño que viviera en el temor
continuo que la madre lo dejara caer?...
Dios, por boca de los profetas, me
dice que me es más fiel que mi padre y que mi madre, que él es el mismo
amor. Entonces reconozco lo razonable de mi confianza en el brazo que me
sostiene, y la estupidez de mi temor de caer al vacío, a menos que yo mismo
no me suelte del brazo que me sostiene."
Al tratar
la imagen de la Trinidad
en la creación, hacia el final de esta obra, Edith, ya carmelita profesa,
habla del alma en la cual el yo personal se encuentra en su propia casa,
como de un espacio en el centro de esa totalidad que se compone del cuerpo,
la psique y el espíritu.
"El alma como ‘castillo
interior’, como la ha denominado nuestra Santa Teresa de Ávila, no es puntiforme como el yo puro, sino que es un espacio, un
castillo con muchas habitaciones, donde el yo se puede mover libremente,
bien yendo hacia el exterior, bien retirándose cada vez más hacia el
interior. [...] El alma no puede vivir sin recibir. Se nutre de los
contenidos que acoge espiritualmente, viviéndolos."
6 - LA VOCACIÓN DE LA MUJER
En el
conjunto de la obra de Edith Stein, el tema de la mujer está relacionado
con el del Ser eterno, porque el Ser finito tiene en sí mismo una huella
luminosa e indestructible de Dios mismo. Éste es el fundamento de la vocación
divina del hombre y de la mujer.
Edith
Stein afronta el tema de la diferencia de los sexos, problema del ser en
sí, y al mismo tiempo problema psicológico y cultural. El hombre y la mujer
están llamados a conservar la propia semejanza con Dios, a dominar juntos
la tierra y a propagar el género humano. ¡Pero cada uno ha de hacerlo a su
manera! Es decir, ha de respetar y desarrollarlas características propias del ser hombre y del ser mujer, en el
ámbito de una fundamental vocación común.
La
relación hombre-mujer, propuesta por Pablo para indicar la unión de Cristo
con la Iglesia,
recibe luz de la misma realidad de la que es signo. Así, para la pareja
humana, la perfección de la relación de Cristo con la Iglesia representa un
ejemplo. Cuando el equilibrio entre el hombre y la mujer vacila, terminan
por degenerar tanto la función masculina como la femenina.
En el
contexto de la relación hombre-mujer Edith sitúa la cuestión del sacerdocio
ministerial en la Iglesia:
¿merece consideración la propuesta del sacerdocio femenino o se trata de un
ministerio reservado al hombre?
La Iglesia de los orígenes había admitido a
las vírgenes consagradas y a las viudas a participar de alguna forma en el ámbito del servicio litúrgico, y había
reconocido el diaconato femenino
con una especial "consagración". Pero el posterior desarrollo
histórico, por influencia del Antiguo Testamento y del Derecho Romano,
llevó a una limitación de los ministerios reservados a la mujer.
En cambio,
los tiempos actuales se caracterizan por un ascenso de la mujer, debido a
su deseo lícito de ocupar en la
Iglesia un lugar que corresponda a las propias aptitudes.
También porque - dice Edith Stein - la mujer advierte la necesidad de edificar
la realidad eclesiástica con una contribución
activa, específicamente femenina.
Un día,
con el reconocimiento oficial de determinados ministerios, se podrán asumir
y realizar estas aspiraciones. En cuanto al sacerdocio, Edith no se
opondría a reconocerlo como más adecuado para el hombre, en consideración
del hecho de que Dios se encarnó en la Tierra en la persona de Jesús de Nazaret,
hombre y Dios. Pero la distinta función eclesiástica no presupone una
diferenciación ontológica de los dos seres, el masculino y el femenino.
Ser hombre
o mujer comporta una idéntica llamada para seguir a Cristo, quien "personifica
el ideal de la perfección humana, libre de defectos, rica de rasgos tanto
masculinos como femeninos". La vocación divina de la mujer se
asienta sobre el núcleo unitario de la especie humana, sobre su ser persona
en modo singular, y en ello igual al hombre.
Esta
vocación de la mujer es natural y religiosa al mismo tiempo, en el mismo
sentido que la vida, vivida conforme a la articulación de lo humano propia
de la feminidad, y pasando a través de un entendimiento profundo con el
hombre e interactuando con su vocación, conduce a la comunión con Dios y
puede contribuir a la realización de su plan en la historia.
Existe en
la mujer una vocación natural,
claramente expresada en su propio cuerpo. De hecho, no se puede negar
"la realidad evidentísima que el cuerpo y el alma de la mujer están
estructurados para un fin particular." Y la palabra clara de las
Escrituras expresa lo que, desde el origen del mundo, nos enseña la
experiencia cotidiana: la mujer está confirmada para ser compañera del hombre y madre. Para este fin su cuerpo
está especialmente dotado y para este fin se conforman también las
características particulares de su alma.
El
principio tomístico del alma forma corporis
encuentra confirmación en la cualidad particular de las facultades
psíquicas y espirituales de la mujer y en sus actitudes: "El modo
de pensar de la mujer, sus intereses, están orientados hacia lo que es
vivo, personal, hacia el objeto considerado como un todo. Proteger,
guardar, tutelar, alimentar, criar: éstas son las íntimas necesidades de
una mujer que sea realmente adulta. ¡Son necesidades maternas! Lo que no
tiene vida, la cosa, le interesa sólo en la medida en que sirve a la
persona, no en sí misma."
Esta
actitud práctica de la mujer le lleva a constatar algo similar en el plano
teorético: "El modo natural de conocer de la mujer no es
conceptual, sino más bien contemplativo y experimental, orientado hacia lo
concreto."
Si existe
una vocación natural de la mujer, la cual es humana y al mismo tiempo religiosa, existen también, según Edith Stein, múltiples
vías abiertas - más allá de la familia - para la realización de las dotes
naturales de la mujer.
"¡Que la mujer tiene
capacidad para ejercer otras profesiones aparte de la de esposa y madre,
sólo lo ha podido negar quien está ‘ciego’ frente a la realidad! Ninguna
mujer es sólo mujer: cada una tiene sus propias inclinaciones y los propios
talentos naturales, como los hombres. Y estos talentos la capacitan para
las distintas profesiones de carácter artístico, científico, técnico.
La disposición individual puede
orientar preferentemente hacia cualquier campo, incluso hacia los que
parecen de por sí más lejanos de las características femeninas. [...] Pero
si se quiere hablar de estas cosas en el sentido pleno del término, tienen
que ser profesiones cuyos deberes objetivos sean compatibles con las
características particulares de la feminidad."
7 - DOCTRINA Y EXPERIENCIA MÍSTICA
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El
Carmelo de Colonia, donde Edith Stein entró
el 14 de octubre de 1933
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Con el aumento
de la violencia de la persecución nazi, como hemos visto, Edith dejó el
Carmelo de Colonia en Alemania y se refugió en Holanda, en el Carmelo de Echt. Ya unificada en sí misma y abandonada a Dios, lo
hizo con sufrimiento sereno, profundamente tranquila. Era consciente de que
ello no era sino un paso más de su camino hacia el Ser eterno.
Del mismo
modo en que, en la época de Spira, se había
acercado a la escuela de Santo Tomás, recurriendo a la luz solar de la Escolástica, ahora
la filósofa Edith, por obediencia a su priora, se dedicaba al estudio de la
doctrina mística de San Juan de la Cruz, el doctor de
la "noche oscura" y de la "nada".
Así nació
primero el estudio Vías hacia el conocimiento de Dios, y después la
obra Scientia Crucis. El estudio de
metafísica llevaba el subtítulo de Ascenso hacia el sentido del ser.
Ahora llegaba, con Scientia Crucis,
a la cumbre del Carmelo, para gustar la experiencia de Dios en la oscuridad
de la fe.
Era
precisamente la cruz la experiencia que estaba viviendo bajo la amenaza
nazi. Por ello escribió su última obra deprisa, presagiando ya su fin. Y no
pudo llegar al final del volumen, porque las SS se la llevaron del Carmelo
antes de terminarlo. Pero lo que importa es que Edith siguió su camino
hacia Dios.
El
comentario a la doctrina de San Juan de la Cruz, trazado en Scientia
Crucis, deja entrever que Edith vivió en su propia carne lo que estaba
escribiendo. "En las
angustias mortales de la noche del espíritu, las imperfecciones del alma
han pasado a la prueba del fuego, como la leña que pierde los últimos
restos de humedad ante la llama, para después encenderse con el esplendor
del fuego. La llama que ha envuelto primero el alma, y que después la ha
incendiado, es el amor."
Siendo la
"muerte mística" en la propia cruz el paso necesario hacia la
resurrección, este acontecimiento del espíritu se cumplirá participando en
la crucifixión de Jesús, con una vida de renuncia y de abandono al dolor: "Cuanto más perfecta sea dicha
crucifixión, activa o pasiva, más intensa resultará la participación en la
vida divina."
De este
modo se pueden resumir los motivos conductores de la Ciencia de la Cruz.
Son motivos que
Edith vivió con toda la fuerza de su personalidad, en una apertura a Dios
que en el Carmelo, con el ofrecimiento de la vida, creció de día en día.
"Cuando
pude volver a estar solo con ella - dejó escrito como testimonio el padre Dom Raphael Walzer, abad de Beuron,
que había sido su director espiritual - afirmó que se sentía a gusto en el
corazón y en el espíritu, como en su casa. Me dio esta respuesta con todo
el ímpetu de su naturaleza fogosa. Tengo que decir que ante ella no tuve
ninguna tentación de invocar un prodigio de la gracia. No, todo parecía
perfectamente simple y natural, como el florecimiento visible de su madurez
espiritual. Por eso pienso también en su amor por la Cruz y en su deseo de
martirio: no como una actitud consciente de su espíritu, concretada en
ciertas oraciones o en aspiraciones bien definidas, sino más bien como una
disposición profundamente arraigada en su corazón de seguir al Señor donde
quiera que fuese. [...] Su testimonio dispensa fuerza y luz."
La misma
impresión recibió su amigo Dom Feuling, quien declaró que "Edith se había
desarrollado en el ámbito religioso. Ella, que un día había luchado por la
defensa de los valores espirituales en el centro del brillante círculo de
sus contemporáneos, se encontraba como escondida, arraigada profundamente
en una vida que era conocimiento espiritual de la Verdad. Había
superado el plano de las disputas. Había ido más allá de las cosas. Sólo
miraba a partir de la fe divina. Por encima del mundo humano de la ciencia
filosófica y del saber de la teología, ella había llegado a ese grado de
conocimiento experimental que se siente confusamente, unida a través de
Santo Tomás a los dones del Espíritu Santo."
8 - UN MENSAJE DE LIBERTAD Y RESURRECCIÓN
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Edith Stein en Auschwitz
[cuadro de M.Celeste, Nueva York]
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Si la
experiencia de vida, como ‘saber de la realidad’ es "el modo más completo, adecuado, totalizador a través del
cual el sujeto llega al saber y por tanto alcanza en lo real la Verdad", nos
encontramos frente a una perspectiva religiosa y a un estilo de vida
cristiana que, en Edith Stein, estuvieron profundamente marcados por una
concepción personalística e histórica de alta
tensión espiritual.
En este
cuadro fundamental, germinó y creció la experiencia cristiana, religiosa y
mística de Edith Stein, ciertamente una de las mujeres más significativas
de nuestro siglo. Experiencia cercana a la de otras dos mujeres de origen
judío: Simone Weil, por el
itinerario cultural y espiritual, y Anna
Frank, por el destino final en el Holocausto.
Las tres,
con su sacrificio, con sus escritos, con el testimonio de su vida, iluminan
uno de los períodos más lúgubres de la historia europea. Edith Stein, judía
de nacimiento y por ello hermana de la estirpe de Jesús de Nazaret, quien también fue negado, expulsado de la
ciudad santa y muerto de muerte humillante, escuchó la llamada y se ofreció con él por su pueblo.
Por eso
tuvo el raro privilegio de sellar con sangre los principios sobre los
cuales había fundado su experiencia cristiana. Gracias a ello su mensaje
permanece como grito de libertad y de resurrección entregado a la historia,
a las mujeres y a los hombres de todas las épocas. Un mensaje entregado de
manera especial a todas las mujeres que reconocen en Cristo la propia razón
de vida.
Nota: Este texto sobre Edith Stein,
escrito por Sor Licina Faresin,
Ursulina, fue publicado en el volumen Cammini
di resistenza al femminile,
en 1998, editado por el Centro de Documentación y Estudios "Presenza Donna", de Vicenza.
En la presentación, redactada por Sor
Maria Grazia Piazza,
profesora de Sociología en la Universidad Gregoriana
de Roma, se dice. "Desde hace unos años el Centro "Presenza Donna" [...] se ha aventurado por el
difícil, pero rico y estimulante, camino del diálogo y de la colaboración
con asociaciones, grupos, personas (especialmente mujeres), unidas por el
deseo de levantar la mirada a su alrededor y dentro de sí: el mundo, la
historia, las Iglesias, desde un punto de vista diferente, que comprenda
también la mirada femenina".
En el mismo volumen se ilustran las figuras de Elisa Salerno (estudiada por Sor Maria Luisa Bertuzzo), Chiara Zamboni
y Stella Morra (estudio de
Sor Federica Cacciavillani), Etty Hillesum
(estudio de Sor Maria Grazia
Piazza).
FUENTES: PUBLICACIÓN DE www.gesuit.it
Caminando Descalzo
www.caminando-con-jesus.org
Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant ocds
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