Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |
Síntesis y Comentarios al
Libro (Paginas Autor: Santa Edith Stein
(Santa Benedicta de Biblioteca de Autores
Cristianos, 1987 Autor de este trabajo: Pedro
Sergio A. Donoso Brant ocds Noviembre
2010 |
"El camino de la fe nos
da más que el camino del pensamiento filosófico: nos da a Dios, cercano como
Persona, a Dios que ama y se compadece de nosotros, y os da esa seguridad que
no es propia de ningún otro conocimiento natural” "(Ser Finito y Ser
Eterno). Síntesis del Libro El ser humano es una persona
singular e irrepetible. La estructura de la persona humana, obra de Santa
Edith Stein, permite confirmar que esta santa no da un paso en sus
esclarecimientos temáticos sin prepararlos cuidadosamente y en el orden
sistemático. De este modo, llega incluso a presentar un esbozo de los
sentidos que cabe otorgar a la ciencia antropológica, en el estudio del ser
humano de una forma integral, en el marco de la sociedad y cultura a las que
pertenece, sus repercusiones en el estar al tanto, su coyuntura con la
doctrina de la fe cristiana, el papel de la fenomenología —tal como ella la
entiende— en orden al tratamiento del ser personal humano para estudiar la
relación que hay entre los hechos (fenómenos) y el ámbito en que se hace
presente esta realidad (la conciencia). Estos temas filosóficos que
nos presenta Edith Stein, son de provecho para comprender luego las tesis de
la santa fenomenóloga sobre la estructura de la persona humana. El estudio de
Edith Stein sobre la persona, se enmarca en las disciplinas de la
antropología, la fenomenológica y la metafísica. Ella es una auténtica pensadora como que no
pretende un tipo de antropología meramente empírica, sino que sitúa sus
estudios antropológicos en relación con el orden de lo principal. El hombre
es bueno por haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza, en un
sentido que las distingue de todas las demás criaturas terrenas Para Edith Stein la
configuración fundamental de la persona no equivale en modo alguno a la
esencia común, universalmente manifestada de todos los individuos humanos. La
determinación personal corre a cargo de la forma. Para Edith Stein la forma
equivale a estructura o configuración esencial, no obstante, la estructura de
la persona es ella misma individual y no en el plano de la generalidad
común. El ser humano es una persona singular
e irrepetible y la ciencia filosófica que versa sobre el hombre ha de ser
capaz de aferrarse de lo humano en su darse singular. Sintetizando lo que mas
puedo, sobre la estructura del hombre que la santa propone y para poder
responder la pregunta sobre que es el hombre según esta obra de Santa Edith
Stein, tengo que considerar lo que ella misma expresa del hombre, expresiones
que además las hago en conciencia como mías por estar en completo acuerdo con
lo que ella nos enseña. El espíritu del hombre se
ama a sí mismo. Para poder amarse, tiene que conocerse. El conocimiento y el
amor están en tanto una sola cosa con
él, son su vida. Y sin embargo, son diferentes de el y entre sí. El
conocimiento nace del espíritu y del
espíritu que conoce procede el amor. De esta manera se puede
considerar al espíritu, al conocimiento y al amor como imagen del Padre del
Hijo y del Espíritu Santo. El hombre es sólo por Dios y
es lo que es por Dios. Conformar la propia voluntad divina: tal es el camino
que conduce a la perfección del hombre en la gloria. El hombre era originalmente
bueno. No obstante, la santa, no hace recordar que el hombre era
originalmente bueno. En virtud de su razón era dueño de sus instintos, y
estaba libremente inclinado al bien. Pero cuando el primer hombre se apartó
de Dios, la naturaleza humana cayó de ese primer estado. En efecto, el primer
hombre ha transmitido por herencia esta naturaleza corrompida a todo el
género humano. Con todo, aunque abandonado a sí mismo, el hombre no queda sin
embargo totalmente a merced de las fuerzas oscuras: la luz de la razón no se
ha apagado en él por completo, y conserva la libertad. De esta manera, todo
hombre tiene Así pues, vemos por una
parte a hombres que se agotan en la lucha, y por otra a hombres que dejan de
luchar o nunca lo han hecho, esto es, que se abandonan al caos, en ocasiones
basta tal punto que ya no resulta visible la unidad de la persona. Hay hombres buenos y nobles.
Es indudable que hay hombres buenos y nobles, hombres en los que la
inclinación al bien inscrita en la naturaleza humana, que no se ha perdido
totalmente por la caída, parece tener una fuerza especial. Estos hombres
alcanzan un alto grado de armonía en un nivel meramente natural. El hombre no tiene poder
alguno sobre las fuerzas profundas, y no puede encontrar por sí solo el
camino que conduce a las alturas. Con todo, hay un camino preparado para él.
Dios mismo se ha hecho hombre para sanar su naturaleza y devolverle la
elevación sobre lo meramente natural que le ha sido asignada desde toda la
eternidad. Con todo, durante esta vida
el hombre permanece sometido a la necesidad de luchar. Debe implorar constantemente
que se le conceda la vida de la gracia, y ha de procurar conservarla. De esta manera, al cristiano
se le exige una actitud crítica ante el mundo, en el cual se encuentra como
hombre que despierta al espíritu, y también ante el propio yo. En el interior del hombre
habita la “verdad”. Esta es la verdad que se encuentra cuando se llega hasta
el fondo en el propio interior. Otro aspecto importante que
propone Edith, es que cuando el alma se conoce a sí misma, reconoce a Dios
dentro de ella. La imagen del hombre de la
psicología profunda es la del hombre caído, visto también estática y
históricamente: quedan sin considerar el pasado del hombre y sus
posibilidades futuras, así como el hecho de Los educadores humanos no
son más que instrumentos en las manos de Dios. La naturaleza espiritual del
hombre —razón libertad- exige asimismo espiritualidad como un acto
pedagógico. Es decir, exige una colaboración del educador y del educando que
siga los pasos del paulatino despertar del espíritu. Y todo ello nos recuerda
que el auténtico educador es Dios. Sólo El conoce a, todo hombre en su
interior más profundo, sólo El tiene a la vista con toda nitidez el fin de
cada uno y sabe qué medios le conducirán a ese fin, Los educadores humanos no
son más que instrumentos en las manos de Dios. Es claro qué actitud
fundamental se deriva de todo lo anterior para el educador católico. De
entrada, una profunda veneración y un santo respeto ante la educación que se
le confía. Han sido creados por Dios y son portadores de una misión divina.
Cualquier intervención arbitraria seria una torpe manipulación en los planes
de Dios. En la naturaleza humana y en la naturaleza individual de cada hombre
joven está inscrita una ley de formación a la que el educador debe atenerse.
Las ciencias (la psicología, la antropología, la sociología) le ayudarán a
conocer la naturaleza humana, también la naturaleza juvenil. Pero sólo podrá
acceder a la singularidad de cada individuo mediante un contacto espiritual
vivo. Otra condición de
posibilidad de la educación es el carácter evolutivo del hombre. A diferencia
de los espíritus puros, el hombre no entra terminado en el ser. Por otra
parte, a diferencia de lo que sucede en los animales, su evolución no está
predeterminada, sino que tiene ante sí múltiples posibilidades, así como la
capacidad de decidir libremente entre esas posibilidades. Se hace así posible
y necesaria la autodeterminación, pero también la dirección y el seguimiento.
Necesaria, porque la comunidad de destino de los hombres es tal que cada
hombre forma parte de ella como un miembro junto a otros miembros, con
funciones recíprocas y en mutua responsabilidad ante Dios. Estas funciones
implican por un lado la mediación natural-espiritual, pero por otro una
mediación de gracia, según sea la relación que los miembros guarden en cada
caso con Cristo cabeza. El logos eterno es el fundamento ontológico de la
unidad de la humanidad que da sentido a la educación y la hace posible. Cuando
las ideas del hombre se inspiran en él, proporcionan una sólida base a la
pedagogía y a toda labor educativa. Qué es el hombre. Si
queremos saber qué es el hombre, tenemos que ponernos del modo mas vivo
posible en la situación en la que experimentarnos la existencia humana, es
decir, lo que de ella experimentarnos en nosotros mismos y en nuestros
encuentros con otros hombres. Está el hombre, en él vive,
dentro de él mira, en él le salen al encuentro la existencia y la condición
humanas. En su apertura hacia dentro
y hacia fuera, el hombre experimenta la existencia del hombre y la condición
humana en otros pero también en sí mismo. Y sobre ello todavía hemos de decir
algo, por provisional que sea. En todo lo que el hombre
experimenta se percibe también a sí mismo. La experiencia que tiene de si
mismo es por completo distinta de la que tiene de todo lo demás. La
percepción externa del propio cuerpo no es el puente hacia la experiencia del
propio yo. El cuerpo también se percibe por fuera, pero ésta no es la experiencia
fundamental, y se funde con la percepción desde dentro, con la que noto la
corporalidad y a mí en ella. Mediante esa percepción soy consciente de mí
mismo, no meramente de la corporalidad, sino de todo el yo
corporal-anímico-espiritual. La existencia del hombre está abierta hacia
dentro, es una existencia abierta para sí misma, pero precisamente por eso
está también abierta hacia fuera y es una existencia abierta que puede
contener en sí un mundo. Qué quiera decir todo esto
—ser en sí mismo, estar abierto para si mismo y para lo distinto de si, cómo
se imbrican la experiencia de sí mismo y la experiencia del ser externo,
sobre todo la de otro ser humano— son otros tantos temas para investigaciones
de primera magnitud. El hombre como buscador de Dios.
Finalmente la santa Edith Stein, nos refiere al hombre como buscador de Dios.
Tanto en su interior como en el mundo externo, el hombre halla indicios de
algo que está por encima de él y de todo lo demás, y de lo que él y todo lo
demás dependen. La pregunta acerca de es ser, la búsqueda de Dios, pertenece
al ser del hombre. Investigar hasta dónde puede llegar en esta búsqueda con
sus medios naturales es todavía tarea de la filosofía, una tarea en la que la
antropología y la teoría del conocimiento se encuentran. Su solución habrá de
llevarnos a señalar los límites del conocimiento natural. |