Edith recibió el
bautismo el 1 de enero de 1922. Pero su ingreso en el Carmelo todavía
estaba lejano. Aceptó la espera con serenidad como venida de las manos de
Dios. En una carta escrita en 1934, diría:
"Si la vocación
al convento es auténtica, ella misma hará tolerable el tiempo de prueba.
Si, por el contrario, es la ilusión de un primer fervor, entonces será
mejor saberlo fuera del convento que dentro, con el consiguiente duro
desengaño". (carta a Ruth Kantorowicz).
Por lo demás, está
bien convencida de que la vocación carmelitana significa "una gracia
del todo inmerecida" que depende totalmente de la voluntad de Dios. A
nosotros "no nos es posible trazar planos, tomar decisiones..."
Debemos "hacer del futuro un asunto de voluntad divina y abandonarnos
enteramente" a E1. Repensando en su disposición de perfecta
conformidad con los designios de Dios, Edith llegaba a gozar
"de un estado
de reposo en Dios, de total distensión de todas las actividades del
espíritu en el que no se hacen proyectos de ninguna clase y no se formulan
propósitos, en fin, es estar sin hacer nada. .. E1
descanso en Dios, luego de decaer de la acción por carencia de energía
natural, es algo totalmente nuevo y extraordinario. En lugar del silencio
de muerte viene ahora el sentido de escondimiento Cuando uno se abandona a
este impulso comienza una nueva vida a llenarnos poco a poco. Esta
corriente vivificante aparece como una conclusión que no es mía" (Psychische Kausalitat,
76).
Edith escribía estas
palabras (publicadas en 1922) poco tiempo después de la conversión que ella
misma considera como el comienzo de su preparación pare la vida
carmelitana. Empezaba a conocer más de cerca la vida consagrada,
encontrándose algunos años como profesora en Espira con las Hermanas
Dominicas, y más adelante en el Marianum de Münster. En Espira se adaptó perfectamente a la
disciplina de la casa. Llevaba una vida ejemplar de oración y edificaba a
todos por su absoluta fidelidad en su desempeño como profesora de alemán en
el Liceo Femenino y en el Instituto magistral. Bien pronto le iban a
confiar también las jóvenes religiosas dominicas que se preparaban para el
magisterio y las postulantes del convento. Los recuerdos dejados hacen
resaltar unánimemente las cualidades educativas nada comunes de Edith, su
capacidad para cautivarse el corazón de las alumnas.
"Para todas
nosotras constituía un ejemplo luminoso. .
Recorría silenciosamente el camino del deber con modestia y sencillez,
siempre constante, amigable y abierta a todos los que deseaban su
ayuda".
El padre Erich Prywara escribe sobre ella:
"En Santa
Magdalena de Espira no era solamente la mejor educadora de sus alumnas;
también, gracias a la perspicacia de la Priora, ejercía igualmente un influjo
determinante en las hermanas y en las jóvenes vocaciones. Santa Magdalena
debe a Edith sus mejores fuerzas, las que todavía hoy reconocen que Edith
fue, en realidad, su maestra de noviciado". (Edith Stein, en:In und
Gegen,24).
En su tiempo disponible,
Edith era ya la contemplativa del Carmelo teresiano.Su
urgencia de abismarse en el silencioso coloquio con Dios presente en el
tabernáculo respondía al concepto que tenía la neoconversa de la religión
como relación personal, de "amistad", como había leído en la
autobiografía teresiana, con Dios presente. La misma línea de búsqueda
individualista de su orientación filosófica se manifiesta todavía en los
primeros años de su vida cristiana y determina sus esfuerzos pare
entregarse exclusivamente al Señor, en la ruptura con todo lo que es
"mundo", y "ocuparse solamente en el pensamiento de la
realidad divina, viviendo en la soledad (Carta 23). Sus primeras
experiencias en Beuron, el contacto con la
oración litúrgica, la van acompañando en sus primeros pasos para superar
las estrecheces de sus propias convicciones.
Empezaba a comprender el valor de las dimensiones universales de la oración
"objetiva", es decir, litúrgica, la que, ciertamente, necesita de
la oración individual -y esta será siempre la preferida de Edith-, pero
debe ocupar un amplio espacio en la existencia cristiana como existencia
eclesial.
Un segundo paso que
tendría que dar iba a ser el regreso al trabajo filosófico. E1 padre Przywara la convenció de que la investigación
filosófica no se oponía ni estorbaba a la vida de fe. No solamente esto, El
veía también la necesidad de que Edith conociera la filosofía cristiana en
la que desde hace siglos domina el genio de Santo Tomás de Aquino. Así fue
como le recomendó la traducción de las Quaestiones
disputatae de veritate,
un trabajo duro para la fenomenología carente de una preparación al
respecto, pero que sería llevado a cabo brillantemente, poniendo el método fenomenólogico al servicio del pensamiento escolástico.
Pero para encontrar tiempo para esto Edith decidió abandonar el liceo
dominicano de Espira.
No fue, a la verdad,
el único motivo. A través de su actividad de conferenciante, Edith era ya
conocida y apreciada en la
Alemania católica. El proyecto de obtener una cátedra
libre en una de las universidades alemanas le fue alentado por algunos
profesores. Pero casi de inmediato surgió el impedimento de su raza.
Durante los años 1931 y 1932 el antisemitismo comenzaba ya a manifestarse
en secreto. Por eso Edith aceptó la llamada a un puesto en el Instituto de
Pedagogía Científìca de Münster.
Salía para allá en la primavera de 1932. Mas antes
de partir se dirigió a Beuron para exponer al archiabad Rafael Walzer su
deseo de ingresar al Carmelo. No era la primera vez. Desde el primer
encuentro con él, en el lejano 1922, le había hablado de su vocación. Pero
todas las veces había recibido la misma respuesta: Procura hacer en la Iglesia lo que la Iglesia espera de tí.
Y lo mismo tuvo que escuchar de Monseñor Schwind,
quien la dirigió en Espira durante alqunos años:
"Espera a que la
Iglesia reciba de tí el servicio que de tí está
esperando. La Iglesia
te requiere en el mundo de la enseñanza. Tienes que tomar esto en
consideración".
La reserva con
respecto a su vocación claustral por parte de sus directores era motivada
también por el pensamiento de la madre, la anciana señora Augusta Stein. La
conversión de la hija al catolicismo fue un golpe terrible para esta mujer
fuerte, tanto que Edith, en el momento de manifestarle el paso dado, la vio
llorar. Y jamás había visto una lágrima en los ojos de su madre! Tener que hablarle ahora de un proyecto vocacional
pareció a todos una cosa inhumana, imposible de exigir al corazón de la
madre. Sin embargo, Edith no vino a menos en su convicción de que estaba
llamada al Carmelo. Estaba dispuesta al sacrificio total, a afrontar,
heroicamente, el desgarre definitivo de la madre y, en cierto modo, de toda
su familia que no estaba en condiciónes de
comprenderla. Y todo esto, en virtud de una fidelidad ininterrumpida al
dinamismo evolutivo de la gracia bautismal que en ella era también la
gracia vocacional.
De esta fidelidad se
hacen eco sus conferencias y sus investigaciónes
sobre la ética de las profesiones femeninas. A1 retomar lo específico
femenino, sostiene que
"solamente Dios
puede recibir totalmente el don de sí mismo de un ser humano de tal modo
que llene toda su alma sin perder nada de sí. Por esto el don incondicional
de sí misma, que es el principio de la vida religiosa, es al mismo tiempo
la única realización posible de las aspiraciones de la mujer"
(Formación y vocación de la mujer, 106)
Era ésta la meta a
la que aspiraba Edith, la que le daba fuerza pare superar cualquier
discusión referente al juicio y a los puntos de vista de los que la rodeaban.
Una vez que dijo su SI al Señor, no había nada que le arrancara un no. No
podía menos de llevar a la realidad de su vía sus fuertes convicciones
1ógicas de pensamiento. Para realizarse a sí misma, en su ser de mujer y de
cristiana, no veía otro camino que no fuera el de la entrega incondicional
de sí a Dios en el Carmelo.
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