En el misterio de la
Cruz
Fue doloroso
desprenderse de su amada familia religiosa. "Pero estaba convencida de
que ésta era la voluntad de Dios y de esta manera podía evitarles males
mayores". Así escribía Edith desde Echt.
Hacia finales del mismo año 1939 manifestaba su gratitud por haber
encontrado un puerto seguro de paz. Pero sin embargo
"Está en mí
siempre vivo el pensamiento de que en este mundo no tenemos morada
permanente. No deseo otra cosa sino que se cumpla en mí la voluntad de
Dios. De El depende que me quede aquí el tiempo que quiera, y lo que
acaecerá después... No tengo por qué preocuparme, sino orar mucho para
permanecer fiel en cualquier situación".
Oración y fidelidad
a su propia vocación: ésta era la disposición de sor Teresa Benedicta frente a la posible deportación y a la
muerte. A medida que recibía noticias alarmantes de Alemania, iba tomando
fuerza poco a poco su intuición del martirio, hasta convertirse en
preparación convencida. Ya desde el último año que pasó en Colonia se había
sentido en profunda armonía con la reina Ester del Antiguo Testamento, esa
mujer fuerte, valerosa, dispuesta a ofrecer su propia vida por la salvación
de su pueblo. Ahora Edith puede decir:
"Estoy segura
de que el Señor ha aceptado mi vida por todos. . . Ester había sido escogida de entre su pueblo precisamente para interceder
ante el rey por ese mismo pueblo suyo. Yo soy una pequeña Ester pobre e
impotente, pero el Rey que me ha escogido es infinitamente grande y
misericordioso. Y éste es un gran consuelo".
Era un pensamiento
que no la abandonaba nunca. En 1941, para el onomástico de la Priora, Madre Antonia,
compuso una poesía titulada Diálogo nocturno, en la que el protagonista era
la reina Ester. En el momento trágico, Ester se acerca al soberano para
implorar la salvación de su pueblo. Sumergida en una experiencia extática
nocturna, se le aparece "un monte desnudo, y en el monte una cruz, y
en la cruz estaba enclavado Alguien que sangraba por mil llagas. Y nosotros
fuimos asaltados por la sed de saciarnos todos de salvación de la fuente
que brotaba de esas llagas". Pero de repente desaparece la cruz. Su
mirada se fija en una "luz dulce, beatificante, salida de las llagas
de ese Hombre que acababa de morir allí en esa cruz...El mismo era la Luz, la eterna Luz,
esperada desde hacía mucho tiempo: resplandor del Padre, salvación del
pueblo". Ester encarnaba la particular religiosidad de sor Teresa Benedicta, para quien ella no era ya la figura bíblica
ligada al Antiguo Testamento. Como éste continúa en el Nuevo, así también
Ester, a través de la visión nocturna de Cristo Crucificado y de Cristo
Luz, penetra en el nuevo, en el signo de la experiencia de la cruz. Lo
mismo acaece en Edith. Ofrece su vida por el pueblo hebreo y su ofrenda es
aceptada, no como la de una mujer hebrea, sino porque está iluminada por la
fe en el inmenso valor redentivo del sacrificio
de Cristo, porque está sumergida en el misterio de la Cruz y sostenida por la
luz de la resurrección.
La cruz constituye
el centro de toda la vida espiritual de Edith. Pero de manera especial
cuando se encarniza la persecución contra los hebreos, en el Carmelo se
sitúa incondicionalmente al pie de la cruz. E1 domingo de pasión de 1939
pidió licencia para ofrecerse como "víctima de expiación al Sagrado
Corazón de Jesús por la verdadera paz". E19 de junio escribía su
testamento, que termina con estas palabras: "Desde ahora acepto la
muerte que Dios me tiene reservada con perfecta sumisión a su santísima
voluntad y con alegría. Ruego al Señor que reciba mi vida y mi muerte pare
su honor y alabanza. . . como expiación por la incredulidad del pueblo
hebreo".
En los escritos de
estos últimos años predomina también el tema de la cruz revelando en ella
un profundísimo anhelo de ensimismarse en Cristo crucificado, de ser con El
y en El víctima de expiación. Nacen sus meditaciones para la renovación de
los votos: Las bodas del Cordero (1939 ), Ave Cruz
(1940 ) y su estudio sobre la idea inspiradora de la vida y obra de san
Juan de la Cruz,
para la que escoge el título de Scientia crucis.
A1 cabo de tres años
de permanencia en Echt, sor Teresa Benedicta tenía que ser incorporada al nuevo Carmelo.
Pero los superiores no se decidían... Los motivos no eran muy claros.
¿Incertidumbre? ¿Sentimientos inconscientes de rechazo a una "extranjera"?
¿Había suficiente conveniencia como para dar este paso? Edith se abandonó
confiada en las manos de los superiores. "Estoy contenta en cualquier
caso". Pero no podía menos de decir a su Priora: "Una scientia crucis se puede adquirir solamente si se tiene
la gracia de probar hasta el fondo la cruz. De esto he estado convencida
desde el primer momento, y he dicho en mi corazón: Ave Cruz, spes unica!".
Mientras escribía
esta cuartilla, Edith pensaba también en su hermana Rosa, llegada a Echt, después de muchas travesías. Los superiores
habían rechazado su petición de quedarse en el Carmelo como hermana
externa. También la incertidumbre con respecto a Rosa, fuertemente sentida
por sor Teresa Benedicta, la confirma en su
silenciosa pero decidida orientación únicamente hacia la Cruz:
"Como Jesus, en
el abandono antes de su muerte, se entregó en las manos del invisible e
incomprensible Dios, así tiene que hacer también el alma, arrojándose a
ciegas en el oscuro total de la fe, que es el único camino hacia el Dios
incomprensible" .
Edith escribía estas
palabras en su ensayo más original, titulado "Scientia
crucis". Había emprendido este trabajo ante la invitación de los
superiores con ocasión del IV Centenario del nacimiento de San Juan de la Cruz. Se quiso
denominar a la obra, que quedó inconclusa, un modelo de estudio
fenomenológico-teológico de la mística, surgido de una situación interior,
espiritual y humana, de sufrimiento, que expresa su más elevada dedicación
espiritual (Hingabe) al ideal de la Orden" y aparece
también como "el desapego definitivo de la
vida y la elevación por encima del finito, en la sublimación de cualquier
otro padecimiento humano" (Post-scriptum de L.Gelber,
ed. alemana, 295).
Segun Edith, se tiene
"una teología de la cruz que mana de la experiencia íntima" de
San Pablo (Cfr. Scientia crucis, 37) y se trata
en ella de "una verdad viva, real y activa, en la que entrevé "la
norma de vida de los Carmelitas Descalzos". Descubre en San Juan de la Cruz un auténtico mensaje
concentrado en el "verbo sobre la Cruz...que invade a todos los que se abren a
su acción". Y. a pesar de todo, "la cruz no es en sí misma fin.
Ella se corta en la altura, y hace una invitación a la altura. . . símbolo
triunfal con el que Cristo toca a la puerta del cielo y la abre de par en
par. Entonces brotan todos los haces de la luz divina, sumergiendo a todos
los que van en pos del Crucificado" (ibid.38-39).
Pero para llegar allí es preciso "pasar
con El por la muerte de cruz crucificando como El la propia naturaleza con
una vida de mortificación y de renuncia, abandonándose en una crucifixión
llena de dolor y que desembocará en la muerte como Dios disponga y permita.
Cuanto más perfecta sea tal crucifixión activa y pasiva, tanto más intensa
resultará su unión con el Crucificado y tanto más rica su participación en
la vida divina" (ibid.53).
Sobre esta base se
construye el camino hacia la experiencia mística, estudiado por Edith
recurriendo a conceptos modernos de la filosofía de la persona, pero
elaborados a la luz de la metafísica cristiana. El Dios trascendente puede
revelarse al alma como Persona que se comunica con infinito amor, tocándola
en lo más intimo de su ser. Pero también con su acción poderosa "de
inserirse en el destino de las almas", obrando ''el renacer del hombre
bajo la acción de su gracia santificante", Dios se revela. Cómo? En la noche de la fe como Tiniebla Divina. Los caminos
del conocimiento de Dios, a los que dedica un breve estudio sobre la
teología simbó1ica del Pseudo-Dionisio, recorren el camino de la theologia negationis o de la
experiencia mística de la oscuridad. Para Edith, Dios tampoco se ha
revelado más que en la "impenetrabilidad de sus misterios",
acogida en actitud de fe, de esperanza y de amor. "Lo que nosotros
creemos que vemos es solamente un reflejo fugaz de lo que el misterio
divino oculta hasta el día de la claridad futura. Esta fe en la historia
secreta debe confortarnos", escribía en 1941 en una carta (carta 283),
debe procurarnos la paz.
No hay duda de que
sor Teresa Benedicta vivió sus últimos meses la
noche de la fe, guiada por San Juan de la Cruz. Al contemplar
la vida del místico Doctor del Carmelo que se sumerge en sus padecimientos
de la última etapa, descubrió en su muerte la sublime conformidad con
Cristo "alcanzada en la cumbre del Gó1gota" (Scientia
Crucis, 45). Pocos meses después de haber escrito estas líneas, también
ella llegaba a la última estación de su via-crucis.
Arrancada de su monasterio, camino al encuentro de la Cruz del Gó1gota de Auschwitz.
Desde enero de 1942
se daba cuenta de que su presencia en el Carmelo de Echt
podía acarrear consecuencias desagradables para la comunidad. Holanda
estaba ocupada por Alemania, y a través de una sutilísima red se
multiplicaban los centros de las SS. Tanto Edith como Rosa fueron llamadas
a Maastricht y tuvieron que dar informaciones por
su propia cuenta. Se les exige también que lleven en el vestido la estrella
amarilla, señal de que eran judías. Sor Teresa Benedicta
trató por todos los medios posibles de encontrar una visa para Suiza para
poder refugiarse en el Carmelo de Le Paquier.
Pero la respuesta esperada no llega. ¿Qué hacer? ¿Esperar para tener por lo
menos los documentos? ?Y marchar después?
Aquí hay que pensar
en que el Carmelo de Echt, situado en una pequeña
ciudad holandesa, conocía muy poco de la triste realidad política y antisemítica
del momento. Para salir, Edith hubiera tenido que dejar el país vestida de
hábito religioso, sin un franco en el bolsillo, con la estrella judía sobre
su pecho, y de este modo atravesar toda Alemania, expuesta a continuos
peligros. Nada la hubiera acompañado pare ayudarla y defenderla. Quizás se
hubiera encontrado un camino para abandonar Holanda clandestinamente,
vestida de seglar en medio de su rectitud, de su sinceridad y verdad
absoluta en todo, no se sentía inclinada a huir. Más aún, no había que
excluir en Edith una misteriosa intuición de que el plan divino con
respecto a ella estaba a punto de realizarse. En efecto, la hora del
sacrificio efectivo se acercaba.
La causa para que
estallaran el odio y el plan de exterminio de los hebreos holandeses, vino
a ser la carta pastoral del Arzobispo Jong de
Utrecht, leída el 26 de julio de 1942 en todas las iglesias de Holanda.
Contenía ella la protesta de la
Iglesia contra la deportación de los hebreos. La
respuesta de las SS fue inmediata. Los hebreos bautizados, sacerdotes y
religiosas de origen hebreo, fueron arrestados y deportados a campos de
concentración. Entre ellos estaban Edith y Rosa. Dos oficiales alemanes de
las SS llegaron al monasterio de Echt. Sor Teresa
Benedicta fue obligada a abandonar el convento en
el término de cinco minutos. A la puerta, la esperaba Rosa. Sor Teresa Benedicta le tomó la mano y le dijo: "ven, vayamos
por nuestro pueblo". Se entiende, el pueblo judío.
En la noche entre el
2 y el 3 de agosto, llegaban al campo de concentración de Amersfort. Luego, en la noche ente el 3 y el 4 de
agosto, los presos hebreos con muchos otros fueron trasladados al campo de Westerbork, situado en una zona completamente
deshabitada al norte de Holanda. Edith logró todavía enviar una cuartilla a
la Priora
del Carmelo de Echt que confió a la madre de una
religiosa, que llegó hasta el campo con las maletas de la hija. La fecha es
del 6 de agosto. Contiene una brevísima petición de que le envíen medias de
lana y dos mantas, y para Rosa, ropa de lana. Es importante la nota:
"Mañana partirá un transporte (Silesía o
Checoslovaquia? ) " . En un estudio
grafológico se caracteriza el ritmo gráfico de esta última cartita, el que
revela dos aspectos:
"por una parte, un continuo decaer del impulso en
progresiva flexión, y por otra una recuperación continua, hasta el punto de
que, a pesar de todo presenta siempre el carácter de los demás diagramas,
como una fisionomía indestructible. El grafólogo
acostumbrado a leer la onda gráfica nota aquí un padecimiento indecible y
al mismo tiempo una base de poder y dinamismo que manifiesta a pesar de
todo". (N. Palaferri, Análisis de las
grafías de la beata Edith Stein, dactilografiado, Urbino
1988, 4).
El análisis viene a
confirmar los testimonios recogidos acerca de Edith durante los cinco
últimos días que pasó en el campo de concentración. Había aceptado
voluntariamente su propio destino y lo había vivido hasta el fondo,
ofreciéndose como víctima por su pueblo hebreo. En su breve escrito Das mystische Sühneleiden
(Expiación mística) había subrayado:
"E1 Salvador no
está sólo en la Cruz...Todo
hombre que en el transcurso de los tiempos soportó con paciencia un destino
duro pensando en los padecimientos del Salvador y que asumió sobre sí
voluntariamente una vocación expiatoria, ha contribuído
con esto a aligerar la carga enorme de los pecados de la humanidad y ha
ayudado al Señor a llevar su peso. Más aún, Cristo, la Cabeza, realiza la obra
redentora a través de aquellos miembros de su Cuerpo Místico, que se le
unen en alma y cuerpo para su obra de salvación. . . E1 sufrimiento
reparador, aceptado voluntariamente, es lo que en realidad una más con el
Señor".
Con esta convicción
Edith Stein quiso llevar valerosamente y con fuerza extraordinaria hasta el final su misión en la Iglesia. Hoy no
hay duda de que las hermanas Stein, poco después de su llegada a Auschwitz-Birkenau fueron
asesinadas en la cámara de gas. Edith tenía 51 años, Rosa 59. Un testigo
ocular, Luis Schlütter, que poco antes de salir
de Westerbork intercambió algunas palabras con
Edith, refiere este testimonio suyo: "Cualquier cosa que pueda
acaecer, estoy preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de
nosotros". Y Jesús tenía que estar entre los pobres judíos que, con el
espasmo del terrible tóxico, terminaron su vida encerrados en el
subterráneo de la "casa blanca" de Auschwitz.
"Una muerte sufrida con magnanimidad, con el sello de un testimonio
cruento sin igual" (Edwige Conrad Martius, en Relatio et vota, 141).
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