|
|
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA 28 de Febrero de 2010 P. Eduardo
Sanz de Miguel, o.c.d. |
|
Estamos en el segundo domingo de
Cuaresma. Como su nombre indica, la Cuaresma es un conjunto de 40 días. En la
Biblia aparecen muchas veces acontecimientos que han durado 40 días o 40
años, para indicar el tiempo necesario para hacer algo importante. Moisés,
por ejemplo vivió 120 años. 40 adorando a los ídolos en Egipto, 40
purificándose en el desierto y 40 al servicio del pueblo de Dios, guiándolo
hacia la tierra prometida. Es como si hubiera vivido tres vidas, tres maneras
de relacionarse con Dios. También el diluvio duró 40 días, 40 días permaneció
Moisés en oración antes de recibir los 10 mandamientos, 40 días caminó Elías
hasta el monte del Sinaí, donde Dios se le manifestó, Jesús fue presentado en
el Templo a los 40 días, hizo 40 días de ayuno y oración antes de empezar su
vida pública y se apareció durante 40 días después de su resurrección. Así,
los 40 días indican el tiempo completo y necesario para preparar algo
importante. Lo que los cristianos preparamos durante los 40 días de Cuaresma
es la celebración de la Pascua, el núcleo de nuestra fe: la pasión, muerte y
resurrección de Jesucristo. Y la liturgia de la Iglesia es la mejor maestra
para prepararnos bien. El primer domingo escuchamos la
narración de las tentaciones de Jesús en el desierto y el segundo el relato
de la transfiguración. De alguna manera, el primer domingo nos adelanta la
pasión y muerte del Señor y el segundo su gloriosa resurrección.
Efectivamente, las tentaciones de Jesús nos indican que el Hijo de Dios ha
asumido verdaderamente nuestra naturaleza humana, con su debilidad, y ha
cargado sobre sus espaldas con nuestros pecados. El demonio le sugiere que
use su poder para su propio provecho, pero Él sabe que debe hacer la voluntad
del Padre; que debe subir a Jerusalén para dar su vida por los pecadores. La transfiguración tiene lugar,
precisamente, cuando Jesús inicia su camino hacia Jerusalén, el que le lleva
a la muerte. Antes de viajar desde Galilea a Judea, se retira a un monte
alto, para orar. Allí se encuentra con Moisés y Elías y se transfigura
delante de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. La presencia de Moisés y
Elías es importante, porque Moisés es el legislador y Elías el más grande de
los profetas. Así, la Ley y los profetas (expresión muy usada en la Sagrada
Escritura para referirse a la Biblia entera), dan testimonio de Jesús. Todo
el Antiguo Testamento lo anunciaba. En lo alto del monte Sinaí, Dios
hizo alianza con Moisés. Y en la cima del Monte Carmelo, Dios la renovó con
Elías. Ahora, en el Tabor, Dios indica que ha llegado el tiempo de la nueva y
definitiva alianza, de la que la anterior era sólo anuncio y promesa. Es
significativo que Moisés y Elías hablen con Jesús de su muerte, que tenía que
acontecer en Jerusalén, en el monte Calvario. Efectivamente, allí se sellará
la alianza con su sangre. La presencia de los apóstoles Pedro, santiago y
Juan es también significativa. Ya que estos tres testigos de la gloria de
Cristo lo serán también de su sufrimiento en el Huerto de los Olivos. Ello
nos indica que la cruz y la gloria, el sufrimiento de Cristo y su triunfo, su
muerte y resurrección, están íntimamente unidos y son la puerta de nuestra
salvación. Si los cristianos vencemos con Cristo a las tentaciones, también podremos contemplar la belleza de su rostro transfigurado. Si subimos con Él a Jerusalén, seremos admitidos en la plenitud de la gloria. Mientras tanto, sólo nos queda orar con San Juan de la Cruz: “Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, / y véante mis ojos / pues eres lumbre dellos / y sólo para ti quiero tenellos”. Que el Señor, en su misericordia, nos lo conceda. Amén. P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
|
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |