La Concelebración de la Eucaristía,
expresión de la unidad del sacerdocio, del sacrificio y de todo el pueblo
de Dios, es hoy una de las formas habituales de la Santa Misa. El
Concilio Vaticano II y los diferentes documentos de la reforma litúrgica
determinaron las circunstancias del rito y su desarrollo ceremonial. No hay
duda de que la concelebración ha sido una de las novedades más notables.
La misma verdad y
belleza de los signos litúrgicos reclama que sean realizados con dignidad,
unción interior y escrupulosa fidelidad a lo dispuesto, dentro del margen
de espontaneidad y calor humano que los distintos actores de la celebración
deben poner en el ejercicio del culto divino.
Para eso vamos a
recordar algunas cuestiones relacionadas con la concelebración:
Aunque la condición común de los concelebrantes
sea el presbiterado, sin embargo es uno sólo el celebrante principal. A él
corresponde presidir y realizar una serie de acciones que le están
reservadas, tales como incensar el altar, dirigir los saludos al pueblo,
recitar o cantar las oraciones presidenciales, etc. y ocupar el puesto
principal de la Sede.
Cuando concelebra un Obispo, la presidencia litúrgica le
corresponde a él, por derecho propio. En cuanto a los ornamentos, el
celebrante principal debe llevar los mismos que cuando se celebra la misa
individualmente. Los demás celebrantes, cuando hay justo motivo, pueden
prescindir de la casulla, teniendo en cuenta que muchas albas deben ser
utilizadas con amito por razones de elemental estética. Cuando el Obispo
celebra solemnemente está especialmente indicada la concelebración.
Si no hay diáconos sus funciones las asumen los concelebrantes
que están a cada lado del que preside, revestidos como presbíteros.
Aun cuando sean numerosos los celebrantes, éstos no deben apropiarse
las funciones de los ministerios inferiores al diácono, tales como las de
lector, acólito, comentarista, etc. Estas funciones corresponden a los que
han sido instituidos para ellas y también a los mismos seglares.
Es importante la unanimidad en los gestos y movimientos de los concelebrantes, de acuerdo con lo establecido en el
misal.
Los textos que competen a todos los celebrantes los pronuncian al
unísono, pero en voz baja para que se pueda oír distintamente la voz del
celebrante principal. De este modo el pueblo percibe mejor el texto.
En cuanto al modo de recitar las distintas partes de la plegaria
eucarística conviene recordar:
·
Hay partes reservadas al celebrante principal, que él solo debe
decir con los gestos oportunos.
·
Hay partes que deben decir los concelebrantes,
en voz baja como se ha indicado antes, y con los gestos siguientes: las
manos extendidas hacia las ofrendas en la epíclesis,
la mano derecha extendida hacia lo que se va a consagrar (con la palma
hacia abajo) durante el relato de la institución y con las manos extendidas
después de la consagración. Nunca deben tener los brazos cruzados durante la Plegaria Eucarística.)
·
Hay, por último, partes que se pueden confiar a uno u otro concelebrante, que debe recitar él únicamente con las
manos extendidas y en voz alta, mientras los demás escuchan.
Las partes de la plegaria eucarística que pueden confiarse a los concelebrantes los especifica la OGMR (219 a 236).La doxología
final la pueden decir todos los concelebrantes,
pero no el pueblo. Tanto la doxología como el relato de la consagración
pueden ser cantados.
Respecto a la comunión de los concelebrantes,
si deben acceder al altar para llegar a comulgar deben hacer genuflexión al
llegar.
Los ritos de conclusión se reservan al presidente. Antes de
retirarse del altar, los concelebrantes se
inclinan en señal de reverencia.
Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant
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