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26 JESÚS EUCARISTÍA
2. LA EUCARISTÍA ES UN
SACRIFICIO.
Entonces, tomando pan y dando
gracias lo partió yse lo dio, diciendo; "Este es mi cuerpo, que va
a ser entregado por vosotros; haced esto en memoria mía" (Lc. 22,
19).
No nace, como aquella que
había prendido a Jesús ante sus discípulos que le
relataban su misión, de una emoción súbita; el tono mismo
estaría despojado de todo acento si se olvidase el acento único
de Jesús en la última Cena y la atmósfera en que
está bañada: de abandono, de ternura y de solemnidad. No es ya la
emoción de un momento, pero es una emoción profunda y grave
esperada y madurada durante años: "He anhelado con gran deseo comer
esta Pascua con vosotros antes de sufrir" (Lc.22, 15). He aquí
llegada la hora para la que ha nacido, en la que sueña después de
haber oído leer las Escrituras de su pueblo, y que ha polarizado todas
las fibras de su ser desde su entraba en el mundo: "He aquí que Yo
vengo, pues es de Mí de quien se trata en el libro, para hacer, OH Dios,
tu voluntad" (Sai.40 7- 9; Heb. 10, 7). Su vida se termina. El lo sabe y
sabe por qué.No se termina en soledad; está rodeado de aquellos
que el Padre le ha dado y que El ha conserva do hasta esta hora. Es preciso que
estén presentes, pues lo que va a hacer no lo puede hacer sin ellos. Lo
hace por ellos y es necesario que lo sepan a fin de poderlo contar
después a todos los hombres y rehacerlo hasta el fin de los siglos. La
emoción que embarga a Jesús en esa hora está
también hecha de todo lo que El es: de la conciencia del hombre que
llega a su postrer instante y sabe que realiza el gesto decisivo de su
existencia, del apego a los compañeros que El ha arrastrado en su
destino y que no volverá a ver con los ojos de su carne mortal, de su
amor de Hijo, en fin, capaz de ofrecer al Padre el sacrificio digno de El.
Esa hora es aquella en que el Hijo
va a revelar al mundo lo que es el Padre. "Muéstranos al
Padre", le pide Felipe, y Jesús se asombra, ¿cómo
Felipe, que vive con Él hace tanto tiempo, no ha comprendido aúnque
bastaba verle vivir para aprender a conocer al Padre? Al verle tratar a los
hombres como hermanos unidos bajo una misma mirada, al calor de un hogar, al
oírle hablar del Padre, de su grandeza, de su justicia, de sus
preferencias, al verle estar ante el Padre lleno de admiración, de
veneración de absoluta confianza, ¿cómo Felipe no ha visto
que el Padre estaba allí, ante él, al alcance de su voz y de sus
gestos, inspirándoles y respondiéndoles? Es verdad, sin embargo,
que Felipe mismo y los otros no pueden aún saberlo todo; no han visto
aún hasta dónde el Padre merece que se le ame, hasta dónde
puede confiarse a "Él no pueden saber aún hasta qué
punto el Padre está con sus hijos y cómo es Padre. No conocen
aún todo su secreto, todavía no han entendido todo lo que el
Padre dice a su Hijo y todo lo que el Hijo le contesta. Para que entren al fin
en ese misterio es necesario que Jesús muera.
Es necesario que muera en las peores
condiciones, dejando desencadenar al pecado todo su poder. Para que
Jesús pueda dar al Padre el testimonio supremo, es preciso que sea
entregado en manos de los pecadores, que conozca el espanto del hijo inocente
caído sin defensa entre las manos de criminales encarnizados en
destruirle, y que Dios mismo sea quien nos le abandone y nos deje descargar
sobre El todo lo que en nosotros puede inventar el pecado, la injusticia la
crueldad, el odio, la cobardía. Ahora que la fidelidad de los suyos va a
derrumbarse, ahora que todos sus poderes, autoridad de palabra, prestigio de
los milagros, dominio sobre sus propios sentimientos, parecen haber
desaparecido, ahora que ya no será el Maestro que guía, sino el
paciente que sufre. Jesús puede dar gracias a su Padre. Esta es su hora,
la hora en que ya no es el taumaturgo a quien se sigue para conseguir pan, el
profeta cuya lucidez da ánimos, el Mesías a quien pe incita al
poder, sino únicamente el Hijo cuya vida entera es dar gloria a su
Padre, cumplir su voluntad, manifestar su amor, el Hijo bienamado: "Si el
Padre me ama, es que Yo doy mi vida" (Jn. 10, 17). Y El la da. El consagra
el pan y el vino, entrega su cuerpo y su sangre; su cuerpo para ser destrozado,
su sangre para ser derramada. Con un solo gesto y en un mismo movimiento, con
el don total de su vida, responde al amor del Padre y nos hace el don
definitivo de su amor. Y al permitir así a nuestra radical indigencia
incitar a su fuerza inextinguible, y al Padre a darnos para siempre su Hijo
único. Jesús inicia una acción de gracias que no
cesará sino con su postrer suspiro.
Pero desde entonces no puede pensar
en otra cosa que en esa muerte. Ha, hecho de su cuerpo alimento y es preciso
que sea consumido; de su sangre, bebida, y es preciso que la distribuya. Ha
pronunciado palabras que son necesariamente eficaces porque son necesariamente
mantenidas; no le queda ahora más que llegar hasta el fin de sus
palabras, dejar hacer a Judas, "él que le entrega".