Reflexión desde las Lecturas del XXX Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo C Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1. EL
ENCUENTRO CON DIOS EN LA ORACIÓN He aquí uno de esos temas que aparecen continuamente en el evangelio,
de diversas formas. La actitud adecuada del hombre en su relación con Dios
sólo puede ser la de reconocer que Dios “es el que es” y “el que hace ser”
(Ex 3,14), mientras que el hombre es el que no es nada por sí mismo, el que
lo recibe todo de Dios. La auténtica relación del hombre con Dios sólo puede
basarse en la verdad de lo que es Dios y en la verdad de lo que es el hombre.
Por eso, enorgullecerse delante de Dios no es sólo algo que esté moralmente
mal, sino que es vivir en la mentira radical: “¿Qué tienes que no lo hayas
recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras
recibido?” (1 Cor 4,7). Ello es válido sobre todo para el encuentro con Dios en la oración.
Además de la fe que nos recordaba el evangelio del domingo pasado, es
radicalmente necesaria la humildad que nos recuerda el de hoy. La única
actitud justa delante de Dios es la de acercarnos a Él mendigando su gracia,
como el pobre que sabe que no tiene derecho a exigir nada y que pide confiado
sólo en la bondad del que escucha. Por eso, nada hay más contrario a la
verdadera oración que la actitud del fariseo, que se presenta ante Dios
exigiendo derechos, pasando la cuenta. Más aún:
no sólo no tenemos derecho, sino que somos positivamente indignos de estar en
presencia de Dios por haber rechazado tantas invitaciones suyas a lo largo de
nuestra vida. Nuestra realidad de pecadores es un motivo más para la
humildad, que, como al publicano, nos debe hacer sentirnos avergonzados, sin
atrevernos a levantar los ojos: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un
pecador!” 2. PRIMERA
LECTURA Ecli 35, 12-14. 16-18 El Señor atiende la oración del pobre, del oprimido, el huérfano y la
viuda. Todos ellos representan la masa excluida por los sistemas opresores, y
mientras no sean escuchados por los poderosos, Dios interviene en su auxilio,
y les hace justicia. Ésa es la gran esperanza del pobre. Lectura del libro del Eclesiástico. El Señor es juez y no hace distinción de personas: no se muestra
parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; no desoye la
plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja. El que rinde el
culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes.
La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él
no se consuela: no desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a
los justos y hacerles justicia. Palabra de Dios. 2.1 “LA SÚPLICA DEL HUMILDE ATRAVIESA LAS NUBES” Dios es un juez infinitamente sabio, que ve y juzga conforme a la
verdad y sinceridad, e infinitamente justo, que no puede aceptar los
sacrificios de un corazón doble y malicioso. Y sobre todo no aceptará en modo
alguno aquellos sacrificios cuyas ofrendas proceden de injusticias con los pordioseros.
Dios “no hace distinción de personas” para aceptar las oblaciones de los ricos que
violan los derechos de los pobres. Sus predilecciones están decididamente en
favor de los pobres; “y escucha la súplica del oprimido; no
desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja”. En efecto, Dios se pone siempre del lado de los pobres y de los
humildes, seres indefensos expuestos a toda clase de injusticias por parte de
los poderosos, y escucha los clamores y quejas contra quienes los oprimen. La
oración del que sirve devotamente a Dios, la plegaria del pobre que se llega
a Él con sencillez y humildad de corazón, “atraviesa las nubes” y
llega hasta el trono de Dios, forzándole a otorgarle lo que en ella implora. La protección de Dios sobre los pobres y afligidos que destaca el
Eclesiástico, lo lleva a expresar la fe del autor en la protección de Dios
sobre su pueblo, el que muchas veces esta afligido o por desgracias naturales
o por conflictos con otros pueblos. Dios tendrá misericordia de su pueblo, que
clama a El día y noche, donde; “la súplica del humilde atraviesa las
nubes” y le dará una alegría tanto mayor cuanto más dura y prolongada
fuere la tribulación y “no desiste hasta que el Altísimo interviene,
para juzgar a los justos y hacerles justicia”. 3.
SALMO
Sal 33- 2-3. 17-19. 23 Esta composición del salmo 33, es una acción de gracias por haber
salido de un peligro (2-3) y luego un reconocimiento de la protección del
Señor sobre los justos. (17-19. 23) R. El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó. Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis
labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se
alegren. R. El Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la
tierra. Cuando los justos claman, el Señor los escucha y los libra de todas
sus angustias. R. El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. El
Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en Él no serán
castigados. R. 3.1 BENDECIRÉ AL SEÑOR EN TODO TIEMPO El salmista
inicia un himno de alabanza al Señor para que los que le escuchan se
relacionen con El. “Bendeciré al
Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios”. Los humildes serán los primeros que se
asociarán a su alabanza, porque serán los primeros en reconocer la mano
protectora del Señor en sus vidas de sufrimiento. “Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren”. Humildes aquí no significa tanto los que
practican la virtud de la humildad cuanto los “piadosos” o seguidores
incondicionales del Señor por sus preceptos, y, como tales, muestran espíritu
de obediencia y docilidad; son los que aman al Señor y lo siguen fervorosos y que por lo general eran de
las clases sociales modestas. Estos serían los que mejor entenderían los
favores otorgados al salmista. Por ello les invita a magnificar a al Señor,
reconociendo su grandeza y celebrando su soberanía sobre todo. La felicidad proviene realmente de la práctica del bien, porque
entonces se logra vivir bajo la protección omnipotente divina, pues los ojos
del Señor están sobre los justos y “rechaza a los que hacen el mal para
borrar su recuerdo de la tierra”. El Señor no se desentiende de la
situación angustiosa de los que le son fieles; por eso, “Cuando los justos claman, el
Señor los escucha y los libra de todas sus angustias”, es decir, les
atiende, librándoles de sus aflicciones. “El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos”, ya sea por la pena o por la angustiosa
necesidad. En esos momentos, El Señor se manifiesta como único Salvador. En
realidad, la vida del justo está combinada de calamidades, pues es víctima de
los que sin conciencia organizan su vida en la sociedad; pero esos
sufrimientos tienen un límite, pues al fin el Señor siempre los salva, “rescata
a sus servidores, y los que se refugian en Él” 4. SEGUNDA
LECTURA 2 Tim 4, 6-8. 16-18 El autor de esta carta presenta su vida como un combate, en el cual
está en juego su fe. Y es el mismo autor que, sin pudores, reconoce que ya
está preparada para él la corona del triunfo, debido a la fidelidad con que
ha concluido su carrera por alcanzar el Reino. Lectura de la segunda carta
del Apóstol san Pablo a Timoteo. Querido hijo: Ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y
el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen
combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la
corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no
solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me
abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! Pero el Señor estuvo a
mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio
y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino
celestial. ¡A Él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén. Palabra de Dios. 4.1 “HE PELEADO HASTA EL FIN EL BUEN COMBATE, CONCLUÍ MI CARRERA” Este final de la carta es de lo más dramático y solemne que salió de
la pluma del Apóstol. Pablo, que prevé próximo su fin, insiste con redoblada
energía sobre su “Querido hijo” Timoteo para que cumpla con valentía y
decisión su deber de ministro de Cristo. Es como su testamento. Pablo ha exhortado a que Timoteo se entregue de lleno a su ministerio,
pues se acercan tiempos difíciles y adversarios hay muchos. Cerrando la
exhortación, presenta el cuadro o balance de su vida, “a punto de ser derramado como una
libación” (sorbo). Evidentemente, Pablo prevé ya casi como seguro un
resultado adverso en su proceso. El lenguaje es muy distinto del empleado
cuando la primera cautividad romana, no obstante aludir también entonces a
posible prueba final. La imagen de “libación” es muy significativa. Pablo no
quiere decir solamente que ha llegado al término de su vida, sino que deja
entender, además, que su muerte es en cierto modo una ofrenda “sacrificial,”
unida a la de Cristo. “He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera” Las imágenes de “combate” y “carrera,”
tomadas de las competiciones atléticas, nos son ya conocidas en Pablo. Feliz
el apóstol del Evangelio que al final de sus años de apostolado pueda
exclamar con San Pablo: “He peleado hasta el fin el buen combate,
concluí mi carrera, conservé la fe” que, en este contexto, parece estar
equivaliendo a fidelidad a la fe, no omitiendo ninguna de sus exigencias,
como no debe omitir las suyas el atleta en el combate, si quiere recibir “la
corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día”. Alega San Pablo qué; “Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó,
sino que todos me abandonaron” es decir, sin que se presentase
nadie como testigo en su ayuda. “Pero el Señor estuvo a su lado, dándole
fuerzas”” y en su autodefensa, que ya en tiempos anteriores había
tenido que hacer varias veces, aprovechó la ocasión para dar a conocer el
Evangelio; “para que el mensaje fuera proclamado por su intermedio y llegara a
oídos de todos los paganos” No obstante las circunstancias adversas,
esa primera defensa resultó bien, y de momento no tuvo lugar la condena. Eso
parece significar la expresión “fui librado de la boca del león”. Pero ahora la situación cambio, cosa
que a Pablo no lo tomo por sorpresa: “el momento de mi partida se aproxima”, con
todo, para Pablo lo importante no era la vida material, y confía que “El
Señor le librará de todo mal y lo preservará hasta que entre en su Reino
celestial. ¡A Él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén. 5. EVANGELIO
Lc 18, 9-14 A través de esta parábola Jesús intenta que pongamos la atención en
las consecuencias de un espíritu autosuficiente que se tiene por justo y
desprecia a los demás. No basta entonces con no pecar para ser justificados
por Dios, sino que también es necesario contar con un espíritu humilde que
sea capaz de acoger a todos los hombres. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los
demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar;
uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios
mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones,
injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por
semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano,
manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí,
que soy un pecador!” Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva
será humillado, y el que se humilla será elevado. Palabra del Señor. 5.1 Este relato del
evangelio de Lucas, se conoce mucho como la parábola del fariseo y el
publicano, donde el Señor en forma admirable nos ofrece una enseñanza sobre
las condiciones interiores de la oración. El fariseo de
esta relato, son de aquellos que se habían arrogado la tarea de simbolizar,
con la observancia estricta de los mandamientos y la multiplicación de las
obras, al verdadero Israel, a la comunidad del tiempo de la salvación. Por
cierto, todo lo que reza el fariseo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy
como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco
como ese publicano”, es verdadero, sin embargo esta rectitud es lo
que le hace ser impuro ante Dios. En efecto, el se
considera autorizado a calificar a los demás y aún peor, creerse superior a
ellos. El publicano es
un odiado recaudador de los impuestos, que trabajaba para el Imperio romano,
esta labor, hace que él se halle antes los judíos en una situación de
imperfección. Esto actitud de pecador es palpable, pues como leemos en el
relato, él no se atreve a acercarse al templo y se mantiene a distancia, ni
siquiera se anima a levantar los ojos al cielo. Sin embargo, el publicano se
golpea el pecho mostrando de este modo una señal que visible en su conciencia
del mal que se esconde en el corazón humano. 5.2 PORQUE TODO EL QUE SE ELEVA SERÁ
HUMILLADO, Y EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO. La finalidad de
esta parábola, es enseñar el valor de la oración, pero con una condición
esencial de la misma: la humildad. Es condición esencial, pues todo el que
pide ha de reconocer lo que no tiene. Jesús, según Lucas, dijo esta parábola “a
algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás.” En la
oración, pues, la actitud humilde es lo que hace a Dios aceptarla, mientras
que la actitud soberbia del que pide con exigencia, más o menos camuflada,
Dios no la escucha. Así termina la parábola con una sentencia, citada varias
veces, pero que insertada aquí comenta el sentido del intento: “Porque todo
el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.” Es así como en
esta parábola la oración de cada uno, tanto la del fariseo como las del
publicano, hablan de su vida, por una parte la autosuficiencia de una
pretendida justicia que hace al que así reza superior a los otros y se
expresa a través de un extenso elenco de virtudes propias, y por otra parte
el pecado que nos hace pequeños ante Dios, y donde no hay más palabras que la
invocación: “Dios mío, ten piedad de mí”, con lo que entendemos quién fue
grato a Dios y quién es afectuoso a su corazón. 5.3 LA ORACION DEL SOBERBIO Y DEL HUMILDE. La
circunstancia presenta más bien una oración privada. En el caso del fariseo,
encontramos al soberbio, al engreído por la práctica material de El relato
describe “El fariseo, de pie”, la oración de pie era algo normal. Si
analizamos lo que reza, vemos que no ora, sino que relata sus necedades,
porque sólo lo que refiere, aunque fuese verdad, no evitaba el orgullo.
Además alega obras de supererogación. Ayuna “dos veces” por semana. No había
más obligación que el ayuno anual del día de Kippur,
en el del mes de abril. Pero los fariseos ayunaban los días segundo y quinto
de la semana. Pagaba, además, el diezmo de todo lo que vendía o adquiría. En cambio el
publicano reza:"¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!" La
oración del publicano, por su humildad, por reconocer lo que era ante Dios,
pecador, sin levantar los ojos ni las manos al cielo, como era normal, y
pedirle misericordia, era válida y adecuada. En cambio, la exhibición del
fariseo, que alegaba ante Dios sus obras como si fuesen suyas, infunde
soberbia, vanidad y presunción en su complacencia, no le trajo la
“justificación,” que es el único término que aquí se compara No le justifican
sus obras solas. 5.4 EL ALMA SOBERBIA SE ATORMENTA POR SÍ
MISMA. La parábola que
expone Jesús, nos presenta dos posiciones opuestas del hombre frente a Dios,
una es simbolizada por el fariseo, “la soberbia”. Hablamos de
soberbia y nos referimos a una actitud de arrogancia, y los soberbios se auto
califican en sus hechos de grandiosos, magníficos, o estupendos, y disfrutan
placenteramente en la contemplación de sus cualidades propias, con
menosprecio a los demás. El orgulloso no
conoce el amor de Dios y se encuentra alejado de Él. Se ensoberbece porque es
rico, sabio o famoso, pero ignora la profundidad de su pobreza y de su ruina,
porque no ha conocido a Dios. En cambio, el Señor viene en ayuda de quien
combate contra la soberbia, a fin de que triunfe sobre esta pasión. El alma
soberbia se atormenta por sí misma. Para que puedas ser salvado, es necesario
que te vuelvas humilde, puesto que, aunque se trasladara por la fuerza un
hombre soberbio al paraíso, tampoco allí encontraría paz ni se sentiría
satisfecho, y diría: “¿Por qué no estoy en el primer puesto?”. 5.5 EL ALMA HUMILDE TIENE UNA GRAN PAZ La otra
posición opuesta, simbolizada por el publicano, es la de una profunda
humildad. La humildad, es una actitud derivada del conocimiento de las
propias limitaciones y que lleva a obrar sin orgullo: La humildad permite
reconocer los propios errores. Así es, como el publicano, que con esta
actitud de profunda humildad, hace un reconocimiento sincero de sus faltas, él
se mira interiormente a sí mismo y lo hace con verdad y honestidad, entonces
se sabe pecador, y por lo mismo, se reconoce necesitado del perdón de Dios. El sentimiento
de humildad del publicano, lo hace abrirse a sí mismo, y busca apoyarse en la
infinita misericordia de Dios, así es como dice: "¡Dios mío, ten piedad de
mí, que soy un pecador!". La suplica es con ahínco. Somos humildes,
cuando no nos fijamos en los demás y no los juzgamos, sino que los hacemos a
sí mismo. Finalmente
Jesús, pronuncia una sentencia sobre la actitud de soberbia del fariseo y la
humilde del publicano. El fariseo, llenos de si, se vuelve vacío de Dios, el
publicano, vacío de sí mismo y se ve envuelto por el amor y la misericordia
de Dios. Es decir la oración humilde justifica, es decir, nos hace aceptables
a Dios, y la soberbia nos cierra las puertas de su misericordia. Mantengámonos
humildes, Dios nos va a enriquecer con los beneficios de su gracia y de su
amor. “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un
pecador!” El
Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Publicado
en este link: PALABRA DE DIOS XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén Julio Alonso Ampuero, Meditaciones
Bíblicas sobre el Año Litúrgico |
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