CATEQUESIS DE JUAN
PABLO II SOBRE |
La Resurrección como hecho histórico que afirma la fe El sepulcro vacío y el encuentro con Cristo Resucitado Las apariciones de Jesús resucitado La resurrección culmen de la Revelación El valor salvífico de la resurrección
1. En esta catequesis afrontamos la
verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo
Testamento, creída y vivida como verdad central por las primeras comunidades
cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, nunca olvidada por
los cristianos verdaderos y hoy profundizada, estudiada y predicada como
parte esencial del misterio pascual, junto con la cruz; es decir la
resurrección de Cristo. De El, en efecto, dice el Símbolo de los Apóstoles
que 'al tercer día resucitó de entre los muertos'; y el Símbolo
niceno-constantinopolitano precisa: 'Resucitó al tercer día, según las
Escrituras'. Es un dogma de la fe cristiana, que
se inserta en un hecho sucedido y constatado históricamente. Trataremos de
investigar 'con las rodillas de lamente inclinadas' el misterio enunciado por
el dogma y encerrado en el acontecimiento, comenzando con el examen de los
textos bíblicos que lo atestiguan. 2. El primero y más antiguo testimonio
escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de
San Pablo a los Corintios. En ella el Apóstol recuerda a los destinatarios de
Como se ve, el Apóstol haba aquí de
la tradición viva de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento
tras su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hech 9, 3)18). Durante su
viaje a Jerusalén se encontró con el Apóstol Pedro, y también con Santiago,
como lo precisa 3. Debe también notarse que, en el
texto citado, San Pablo no habla sólo de la resurrección ocurrida el tercer
día 'según las Escrituras' (referencia bíblica que toca ya la dimensión
teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos a los
que Cristo se apareció personalmente. Es un signo, entre otros, de que la fe
de la primera comunidad de creyentes, expresada por Pablo en 4. Frente a este texto paulino
pierden toda admisibilidad las hipótesis con las que se ha tratado, en manera
diversa, de interpretar la resurrección de Cristo abstrayéndola del orden
físico, de modo que no se reconocía como un hecho histórico; por ejemplo, la
hipótesis, según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie
de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras la muerte
(estado de vida, y no de muerte), o la otra hipótesis que reduce la
resurrección al influjo que Cristo, tras su muerte, no dejó de ejercer (y más
aún reanudó con nuevo e irresistible vigor) sobre sus discípulos. Estas
hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la
resurrección, considerada solamente como 'el producto' del ambiente, o sea,
de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio hallan
comprobación en los hechos. San Pablo, por el contrario, en el texto citado
recurre a los testigos oculares del 'hecho': su convicción sobre la
resurrección de Cristo, tiene por tanto una base experimental. Está vinculada
a ese argumento 'ex factis', que vemos escogido y seguido por los Apóstoles
precisamente en aquella primera comunidad de Jerusalén. Efectivamente, cuando
se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más asiduos de
Jesús, para completar el número de los 'Doce' que había quedado incompleto
por la traición y muerte de Judas Iscariote, los Apóstoles requieren como
condición que el que sea elegido no sólo haya sido 'compañero' de ellos en el
período en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo pueda ser
'testigo de su resurrección' gracias a la experiencia realizada en los días
anteriores al momento en el que Cristo (como dicen ellos) 'fue ascendido al
cielo entre nosotros' (Hech 1, 22). 5. Por tanto no se puede presentar la
resurrección, como hace cierta crítica neostestamentaria poco respetuosa de
los datos históricos, como un 'producto' de la primera comunidad cristiana,
la de Jerusalén. La verdad sobre la resurrección no es un producto de la fe
de los Apóstoles o de los demás discípulos pre o post-pascuales. De los
textos resulta más bien que la fe 'prepascual' de los seguidores de Cristo fue
sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su
Maestro. El mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras
dirigidas a Simón Pedro cuando ya estaba a las puertas de los sucesos
trágicos de Jerusalén; '¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el
poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca' (Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión y muerte de
Cristo fue tan grande que los discípulos (al menos algunos de ellos)
inicialmente no creyeron en la noticia de la resurrección. En todos los
Evangelios encontramos la prueba de esto. Lucas, en particular, nos hace
saber que cuando las mujeres, 'regresando del sepulcro, anunciaron todas
estas cosas (o sea, el sepulcro vacío) a los Once y a todos los demás...,
todas estas palabras les parecieron como desatinos y no les creían' (Lc 24,
9. 11). 6. Por lo demás, la hipótesis que
quiere ver en la resurrección un 'producto' de la fe de los Apóstoles, se
confuta también por lo que es referido cuando el Resucitado 'en persona se
apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros!'. Ellos, de hecho,
'creían ver un fantasma'. En esa ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y
temores y convencerles de que 'era El': 'Palpadme y ved, que un espíritu no
tiene carne y huesos como veis que yo tengo'. Y puesto que ellos 'no acababan
de creerlo y estaban asombrados' Jesús les dijo que le dieran algo de comer y
'lo comió delante de ellos' (Cfr. Lc 24,36-43). 7. Además, es muy conocido el episodio
de Tomás, que no se encontraba con los demás Apóstoles cuando Jesús vino a
ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar de que la puerta
estaba cerrada (Cfr. Jn 20, 19). Cuando, a su vuelta, los demás discípulos le
dijeron: 'Hemos visto al Señor', Tomás manifestó maravilla e incredulidad, y
contestó: 'Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en
el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré. Ocho días
después, Jesús vino de nuevo al Cenáculo, para satisfacer la petición de
Tomás 'el incrédulo' y le dijo: 'Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae
tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente'. Y cuando
Tomás profesó su fe con las palabras 'Señor mío y Dios mío', Jesús le dijo: 'Porque
me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído' (Jn 20,
24-29). La exhortación a creer, sin pretender
ver lo que se esconde Por el misterio de Dios v de Cristo, permanece siempre
válida; pero la dificultad del Apóstol Tomás para admitir la resurrección sin
haber experimentado personalmente la presencia de Jesús vivo, y luego suceder
ante las pruebas que le suministró el mismo Jesús, confirman lo que resulta
de los Evangelios sobre la resistencia de los Apóstoles y de los discípulos a
admitir la resurrección. Por esto no tiene consistencia la
hipótesis de que la resurrección haya sido un 'producto' de la fe (o de la
credulidad) de los Apóstoles. Su fe en la resurrección nació, por el
contrario (bajo a acción de la gracia divina), de la experiencia directa de
la realidad de Cristo resucitado. 8. Es el mismo Jesús el que, tras la
resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el
sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de
un 'fantasma' y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión.
Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante
el tacto. Así es en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también
en el encuentro descrito en el Evangelio de Lucas, cuando Jesús dice a los
discípulos asustados: 'Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos
como veis que yo tengo' (24, 39). Les invita a constatar que el cuerpo
resucitado, con el que se presenta a ellos, es el mismo que fue martirizado y
crucificado. Ese cuerpo posee sin embargo al mismo tiempo propiedades nuevas:
se ha 'hecho espiritual' (y 'glorificado' y por lo tanto ya no está sometido
a las limitaciones habituales a los seres materiales y por ello a un cuerpo
humano. (En efecto, Jesús entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas
estuvieran cerradas, aparece y desaparece, etc.) Pero al mismo tiempo ese
cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de
la resurrección de Cristo. 9. El encuentro en el camino de
Emaús, referido en el Evangelio de Lucas, es un hecho que hace visible de
forma particularmente evidente cómo se ha madurado en la conciencia de los
discípulos la persuasión de la resurrección precisamente mediante el contacto
con Cristo resucitado (Cfr. Lc 24, 15-21). Aquellos dos discípulos de Jesús,
que al inicio del camino estaban 'tristes y abatidos' con el recuerdo de todo
lo que había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no escondían la
desilusión experimentada al ver derrumbarse la esperanza puesta en El como
Mesías liberador ('Esperábamos que sería El el que iba a librar a Israel')
experimentan después una transformación total, cuando se les hace claro que
el Desconocido, con el que han hablado, es precisamente el mismo Cristo de
antes, y se dan cuenta de que El, por tanto, ha resucitado. De toda la
narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de
ellos casi hombres nuevos. No sólo habían readquirido la fe en Cristo, sino
que estaban preparados para dar testimonio de la verdad sobre su
resurrección. Todos estos elementos del texto
evangélico, convergentes entre sí, prueban el hecho de la resurrección, que
constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y del testimonio que, como
veremos en las próximas catequesis, está en el centro de su predicación. El sepulcro vacío y el encuentro con
Cristo Resucitado 1. La profesión de fe que hacemos en
el Credo cuando proclamamos que Jesucristo 'al tercer día resucitó de entre
los muertos', se basa en los textos evangélicos que, a su vez, nos transmiten
y hacen conocer la primera predicación de los Apóstoles. De estas fuentes
resulta que la fe en la resurrección es, desde el comienzo, una convicción basada
en un hecho, en un acontecimiento real, y no un mito o una 'concepción', una
idea inventada por los Apóstoles o producida por la comunidad postpascual
reunida en torno a los Apóstoles en Jerusalén, para superar junto con ellos
el sentido de desilusión consiguiente a la muerte de Cristo en cruz. De los
textos resulta todo lo contrario y por ello, como he dicho, tal hipótesis es
también crítica e históricamente insostenible. Los Apóstoles y los discípulos
no inventaron la resurrección (y es fácil comprender que eran totalmente
incapaces de una acción semejante). No hay rastros de una exaltación personal
suya o de grupo, que les haya llevado a conjeturar un acontecimiento deseado
y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como real, casi
por contraste y como compensación de la desilusión padecida. No hay huella de
un proceso creativo de orden psicológico)sociológico)literario ni siquiera en
la comunidad primitiva o en los autores de los primeros siglos. Los Apóstoles
fueron los primeros que creyeron, no sin fuertes resistencias, que Cristo
había resucitado simplemente porque vivieron la resurrección como un
acontecimiento real del que pudieron convencerse personalmente al encontrarse
varias veces con Cristo nuevamente vivo, a lo largo de cuarenta días. Las
sucesivas generaciones cristianas aceptaron aquel testimonio, fiándose de los
Apóstoles y de los demás discípulos como testigos creíbles. La fe cristiana
en la resurrección de Cristo está ligada, pues, a un hecho, que tiene una
dimensión histórica precisa. 2. Y sin embargo, la resurrección es
una verdad que, en su dimensión más profunda, pertenece a 3. Estamos aquí ante una previsión
profética de los acontecimientos, en la que Jesús ejercita su función de
revelador, poniendo en relación la muerte y la resurrección unificadas en la
finalidad redentora, y refiriéndose al designio divino según el cual todo lo
que prevé y predice 'debe' suceder. Jesús, por tanto, hace conocer a los
discípulos estupefactos e incluso asustados algo del misterio teológico que
subyace en los próximos acontecimientos, como por lo demás en toda su vida.
Otros destellos de este misterio se encuentran en la alusión al 'signo de
Jonás' (Cfr. Mt 12, 40) que Jesús hace suyo y aplica a los días de su muerte
y resurrección, y en el desafío a los judíos sobre 'la reconstrucción en tres
días del templo que será destruido' (Cfr. Jn 2, 19). Juan anota que Jesús
'hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los
muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en 4. Pero además de las palabras de
Jesús, también a actividad mesiánica desarrollada por El en el período
prepascual muestra el poder de que dispone sobre la vida y sobre la muerte, y
la conciencia de este poder, como la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,
39-42), la resurrección del joven de Naín (Lc 7, 12-15), y sobre todo la
resurrección de Lázaro (Jn 11, 42-44) que se presenta en el cuarto Evangelio
como un anuncio y una prefiguración de la resurrección de Jesús. En las
palabras dirigidas a Marta durante este último episodio se tiene la clara
manifestación de a autoconciencia de Jesús respecto a su identidad de Señor
de la vida y de la muerte y de poseedor de las llaves del misterio de la
resurrección: 'Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás' (Jn 11, 25-26). Todo son palabras y hechos que
contienen de formas diversas la revelación de la verdad sobre la resurrección
en el período prepascual. 5. En el ámbito de los acontecimientos
pascuales, el primer elemento ante el que nos encontramos es el 'sepulcro
vacío'. Sin duda no es por sí mismo una prueba directa. A Ausencia del cuerpo
de Cristo en el sepulcro en el que había sido depositado podría explicarse de
otra forma, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando, viendo
el sepulcro vacío, supuso que alguno habría sustraído el cuerpo de Jesús
(Cfr. Jn 20, 15). Más aún, el Sanedrín trató de hacer correr la voz de que,
mientras dormían los soldados, el cuerpo había sido robado por los
discípulos. 'Y se corrió esa versión entre los judíos, (anota Mateo) hasta el
día de hoy' (Mt 28, 12-15). A pesar de esto el 'sepulcro vacío'
ha constituido para todos, amigos y enemigos, un signo impresionante. Para
las personas de buena voluntad su descubrimiento fue el primer paso hacia el
reconocimiento del 'hecho' de la resurrección como una verdad que no podía
ser refutada. 6. Así fue ante todo para las
mujeres, que muy de mañana se habían acercado al sepulcro para ungir el
cuerpo de Cristo. Fueron las primeras en acoger el anuncio: 'Ha resucitado,
no está aquí... Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro...' (Mc 16, 6-7).
'Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: !Es
necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y
sea crucificado, y al tercer día resucite!. Y ellas recordaron sus palabras'
(Lc 24, 6-8). Ciertamente las mujeres estaban
sorprendidas y asustadas (Cfr. Mc 24, 5). Ni siquiera ellas estaban
dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aun predicho por
Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y
de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y
especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde
estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia. El Evangelio de Mateo (28, 8-10) nos
informa que a lo largo del camino Jesús mismo les salió al encuentro les
saludó y les renovó el mandato de llevar el anuncio a los hermanos (Mt 28,
10). De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la
resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24, 10).
¡Hecho elocuente sobre la importancia de la mujer ya en los días del
acontecimiento pascual! 7. Entre los que recibieron el
anuncio de María Magdalena estaban Pedro y Juan (Cfr. Jn 20, 3-8). Ellos se
acercaron al sepulcro no sin titubeos, tanto más cuanto que María les había
hablado de una sustracción del cuerpo de Jesús del sepulcro (Cfr. Jn 20, 2).
Llegados al sepulcro, también lo encontraron vacío. Terminaron creyendo, tras
haber dudado no poco, porque, como dice Juan, 'hasta entonces no habían
comprendido que según Digamos la verdad: el hecho era
asombroso para aquellos hombres que se encontraban ante cosas demasiado
superiores a ellos. La misma dificultad, que muestran las tradiciones del
acontecimiento, al dar una relación de ello plenamente coherente, confirma su
carácter extraordinario y el impacto desconcertante que tuvo en el ánimo de
los afortunados testigos. La referencia 'a 8. Sin embargo, he aquí otro dato que
se debe considerar bien: si el 'sepulcro vacío' dejaba estupefactos a primera
vista y podía incluso generar acierta sospecha, el gradual conocimiento de
este hecho inicial, como lo anotan los Evangelios, terminó llevando al
descubrimiento de la verdad de la resurrección. En efecto, se nos dice que las
mujeres, y sucesivamente los Apóstoles, se encontraron ante un 'signo'
particular: el signo de la victoria sobre la muerte. Si el sepulcro mismo
cerrado por una pesada losa, testimoniaba la muerte, el sepulcro vacío y la
piedra removida daban el primer anuncio de que allí había sido derrotada la
muerte. No puede dejar de impresionar la
consideración del estado de ánimo de las tres mujeres, que dirigiéndose al
sepulcro al alba se decían entre si: '¿Quién nos retirará la piedra de la
puerta del sepulcro?' (Mc 16, 3), y que después, cuando llegaron al sepulcro,
con gran maravilla constataron que 'la piedra estaba corrida aunque era muy
grande' (Mc 16, 4). Según el Evangelio de Marcos encontraron en el sepulcro a
alguno que les dio el anuncio de la resurrección (Cfr. Mc 16, 5); pero ellas
tuvieron miedo y, a pesar de las afirmaciones del joven vestido de blanco,
'salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había
apoderado de ellas' (Mc 16, 8). ¿Cómo no comprenderlas? Y sin embargo la
comparación con los textos paralelos de los demás Evangelistas permite
afirmar que, aunque temerosas, las mujeres llevaron el anuncio de la
resurrección, de la que el 'sepulcro vacío' con la piedra corrida fue el
primer signo. 9. Para las mujeres y para los
Apóstoles el camino abierto por 'el signo' se concluye mediante el encuentro
con el Resucitado: entonces la percepción aun tímida e incierta se convierte
en convicción y, más aún, en fe en Aquél que 'ha resucitado verdaderamente'.
Así sucedió a las mujeres que al ver a Jesús en su camino y escuchar su
saludo, se arrojaron a sus pies y lo adoraron (Cfr. Mt 28, 9). Así le pasó
especialmente a María Magdalena, que al escuchar que Jesús le llamaba por su
nombre, le dirigió antes que nada el apelativo habitual: Rabbuni, ¡Maestro!
(Jn 20, 16) y cuando El la iluminó sobre el misterio pascual corrió radiante
a llevar el anuncio a los discípulos: '!He visto al Señor!' (Jn 20, 18). Lo
mismo ocurrió a los discípulos reunidos en el Cenáculo que la tarde de aquel
'primer día después del sábado', cuando vieron finalmente entre ellos a
Jesús, se sintieron felices por la nueva certeza que había entrado en su
corazón: 'Se alegraron al ver al Señor' (Cfr. Jn 20,19-20). ¡El contacto directo con Cristo
desencadena la chispa que hace saltar la fe! Las apariciones de Jesús
resucitado 1. Conocemos el pasaje de 2. Jesús reveló gradualmente esta
verdad en su enseñanza pre-pascual. Posteriormente ésta, encontró su
realización concreta en los acontecimientos de la pascua jerosolimitana de
Cristo, certificados históricamente, pero llenos de misterio. Los anuncios y los hechos tuvieron su
confirmación sobre todo en los encuentros de Cristo resucitado, que los
Evangelios y Pablo relatan. Es necesario decir que el texto paulino presenta
estos encuentros (en los que se revela Cristo resucitado) de manera global y
sintética (añadiendo al final el propio encuentro con el Resucitado a las
puertas de Damasco: Cfr. Hech 9, 3-6). En los Evangelios se encuentran, al
respecto, anotaciones más bien fragmentarias. No es difícil tomar y comparar algunas
líneas características de cada una de estas apariciones y de su conjunto para
acercarnos todavía más al descubrimiento del significado de esta verdad
revelada. 3. Podemos observar ante todo que,
después de la resurrección, Jesús se presenta a las mujeres y a los
discípulos con su cuerpo transformado, hecho espiritual y partícipe de la
gloria del alma: pero sin ninguna característica triunfalista. Jesús se
manifiesta con una gran sencillez. Habla de amigo a amigo, con los que se
encuentra en las circunstancias ordinarias de la vida terrena. No ha querido
enfrentarse a sus adversarios, asumiendo a actitud de vencedor, ni se ha
preocupado por mostrarles su 'superioridad', y todavía menos ha querido
fulminarlos. Ni siquiera consta que se haya presentado a alguno de ellos.
Todo lo que nos dice el Evangelio nos lleva a excluir que se haya aparecido,
por ejemplo, a Pilato, que lo había entregado a los sumos sacerdotes para que
fuese crucificado (Cfr. Jn 19, 16), o a Caifás, que se había rasgado las
vestiduras por a afirmación de su divinidad (Cfr. Mt 26, 63-66). A los privilegiados de sus
apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: aquel rostro,
aquellas manos, aquellos rasgos que conocían muy bien, aquel costado que
habían traspasado; aquella voz, que habían escuchado tantas veces. Sólo en el
encuentro con Pablo en las cercanías de Damasco, la luz que rodea al
Resucitado casi deja ciego al ardiente perseguidor de los cristianos y lo
tira al suelo (Cfr. Hech 9, 3-8); pero es una manifestación del poder de
Aquél que, ya subido al cielo, impresiona a un hombre al que quiere hacer un
'instrumento de elección' (Hech 9, 15), un misionero del Evangelio. 4. Es de destacar también un hecho
significativo: Jesucristo se aparece en primer lugar a las mujeres, sus
fieles seguidoras, y no a los discípulos, y ni siquiera a los mismos
Apóstoles, a pesar de que los había elegido como portadores de su Evangelio
al mundo. Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su
resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera
premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las
había impulsado hasta el Calvario. Quizá quiere manifestar un delicado rasgo
de su humanidad, que consiste en a amabilidad y en la gentileza con que se
acerca y beneficia a las personas que menos cuentan en el gran mundo de su
tiempo. Es lo que parece que se puede concluir de un texto de Mateo: 'En
esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres que corrían para comunicar
el mensaje a los discípulos) y les dijo: !¡Dios os guarde!!. Y ellas,
acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús:
!No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán!'
(28, 9-10). También el episodio de a aparición a
María de Magdala (Jn 20, 11-18) es de extraordinaria finura ya sea por parte
de la mujer, que manifiesta toda su apasionada y comedida entrega al
seguimiento de Jesús, ya sea por parte del Maestro, que la trata con
exquisita delicadeza y benevolencia. En esta prioridad de las mujeres en
los acontecimientos pascuales tendrán que inspirarse 5. Algunas características de estos encuentros
postpascuales los hacen, en cierto modo, paradigmáticos debido a las
situaciones espirituales, que tan a menudo se crean en la relación del hombre
con Cristo, cuando uno se siente llamado o 'visitado' por El. Ante todo hay una dificultad inicial en
reconocer a Cristo por parte de aquellos a los que El sale al encuentro, como
se puede apreciar en el caso de la misma Magdalena (Jn 20, 14-16) y de los
discípulos de Emaús (Lc 24, 16). No falta un cierto sentimiento de temor ante
El. Se le ama, se le busca, pero, en el momento en que se le encuentra, se
experimenta alguna vacilación... Pero Jesús les lleva gradualmente al
reconocimiento y a la fe, tanto a María Magdalena (Jn 20,16), como a los
discípulos de Emaús (Lc 24, 26 ss.), y, análogamente, a otros discípulos
(Cfr. Lc 24, 25)48). Signo de la pedagogía paciente de Cristo al revelarse al
hombre, al atraerlo, al convertirlo, al llevarlo al conocimiento de las
riquezas de su corazón y a la salvación. 6. Es interesante analizar el proceso
psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: los discípulos
experimentan una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la
resurrección, sino también la identidad de Aquél que está ante ellos, y
aparece como el mismo pero al mismo tiempo como otro: un Cristo
'transformado'. No es nada fácil para ellos hacer la inmediata
identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que
El ya no se encuentra en la condición anterior, y ante El están llenos de
reverencia y temor. Cuando, luego, se dan cuenta, con su
ayuda, de que no se trata de otro, sino de El mismo transformado, aparece
repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de
inteligencia, de caridad y de fe. Es como un despertar de fe: '¿No estaba
ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?' (Lc 24, 32). 'Señor mío y Dios mío' (Jn 20,
28). 'He visto al Señor' (Jn 20, 18). Entonces una luz absolutamente nueva
ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la cruz; y da el verdadero y
pleno sentido del misterio del dolor y de la muerte, que se concluye en la
gloria de la nueva vida! Este será uno de los elementos principales del
mensaje de salvación que los Apóstoles han llevado desde el principio al pueblo
hebreo y, poco a poco, a todas las gentes. 7. Hay que subrayar una última
característica de las apariciones de Cristo resucitado: en ellas,
especialmente en las últimas, Jesús realiza la definitiva entrega a los
Apóstoles (y a Recuérdese a aparición a los
discípulos en el Cenáculo la tarde de Pascua: 'Como el Padre me envió,
también yo os envío...' (Jn 20, 21); ¡y les da el poder de perdonar los pecados! Y en la aparición en el mar de
Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la
fructuosidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus
espíritus hacia la obra que les espera (Cfr. Jn 21,1-23). Lo confirma la definitiva
asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21, 15)18): '¿Me amas?... Tú
sabes que te quiero... Apacienta mis corderos...Apacienta mis ovejas...'. Juan indica que 'ésta fue ya la
tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de
entre los muertos' (Jn 21,14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta
de su identidad: 'Es el Señor' (Jn 21, 7), sino que habían comprendido que,
todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les
comprometía a cada uno de ellos (y de modo muy particular a Pedro) en la
construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en
aquella mañana de pascua. La resurrección culmen de 1. En 2. La resurrección constituía en
primer lugar la confirmación de todo lo que Cristo mismo había ú hecho y
enseñado'. Era el sello divino puesto sobre sus palabras y sobre su vida. El
mismo había indicado a los discípulos y adversarios este signo definitivo de
su verdad. El ángel del sepulcro lo recordó a las mujeres la mañana del
'primer día después del sábado': 'Ha resucitado, como lo había dicho' (Mt 28,
6). Si esta palabra y promesa suya se reveló como verdad también todas sus
demás palabras y promesas poseen la potencia de la verdad que no pasa, como
El mismo había proclamado: 'El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasará' (Mt 24, 35; Mc 13, 31; Lc 21, 33). Nadie habría podido imaginar ni
pretender una prueba más autorizada, más fuerte, más decisiva que la
resurrección de entre los muertos. Todas las verdades, también las más
inaccesibles para la mente humana, encuentran, sin embargo, su justificación,
incluso en el ámbito de la razón, si Cristo resucitado ha dado la prueba
definitiva, prometida por El, de su autoridad divina. 3. Así, la resurrección confirma la
verdad de su misma divinidad. Jesús había dicho: 'Cuando hayáis levantado
(sobre la cruz) al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy' (Jn 8, 28).
Los que escucharon estas palabras querían lapidar a Jesús, puesto que 'YO
SOY' era para los hebreos el equivalente del nombre inefable de Dios. De
hecho, al pedir a Pilato su condena a muerte presentaron como acusación
principal la de haberse 'hecho Hijo de Dios' (Jn 19, 7). Por esta misma razón
lo habían condenado en el Sanedrín como reo de blasfemia después de haber
declarado que era el Cristo, el Hijo de Dios, tras el interrogatorio del sumo
sacerdote (Mt 26, 63-65; Mc 14, 62; Lc 22, 70): es decir, no sólo el Mesías
terreno como era concebido y esperado por la tradición judía, sino el Mesías
Señor anunciado por el Salmo 109/110 (Cfr. Mt 22, 41 ss.), el personaje
misterioso vislumbrado por Daniel (7, 13-14). Esta era la gran blasfemia, la
imputación para la condena a muerte: ¡el haberse proclamado Hijo de Dios! Y
ahora su resurrección confirmaba la veracidad de su identidad divina y
legitimaba la atribución hecha a Si mismo, antes de 4. En realidad, Jesús aun llamándose
a Sí mismo Hijo del hombre, no sólo había confirmado ser el verdadero Hijo de
Dios, sino que en el Cenáculo, antes de la pasión, había pedido al Padre que
revelara que el Cristo Hijo del hombre era su Hijo eterno: 'Padre, ha llegado
la hora; glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique' (Jn 17, 1). '...
Glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el
mundo fuese' (Jn 17, 5). Y el misterio pascual fue la escucha de esta
petición, la confirmación de la filiación divina de Cristo, y más aún, su
glorificación con esa gloria que 'tenia junto al Padre antes de que el mundo
existiera': la gloria del Hijo de Dios. 5. En el periodo prepascual Jesús,
según el Evangelio de Juan, aludió varias veces a esta gloria futura, que se
manifestaría en su muerte y resurrección. Los discípulos comprendieron el
significado de esas palabras suyas sólo cuando sucedió el hecho. Así, leemos que durante la primera
pascua pasada en Jerusalén, tras haber arrojado del templo a los mercaderes y
cambistas, Jesús respondió a los judíos que le pedían un 'signo' del poder
por el que obraba de esa forma: 'Destruid este Santuario y en tres días lo
levantaré... El hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de
entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y
creyeron en También la respuesta dada por Jesús a
los mensajeros de las hermanas de Lázaro, que le pedían que fuera a visitar
al hermano enfermo, hacia referencia a los acontecimientos pascuales: 'Esta
enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de
Dios sea glorificado por ella' (Jn 11 , 4). No era sólo la gloria que podía
reportarle el milagro, tanto menos cuanto que provocaría su muerte (Cfr. Jn
11, 46)54); sino que su verdadera glorificación vendría precisamente de su
elevación sobre la cruz (Cfr. Jn 12,32). Los discípulos comprendieron bien
todo esto después de la resurrección. 6. Particularmente interesante es la
doctrina de San Pablo sobre el valor de la resurrección como elemento determinante
de su concepción cristológica, vinculada también a su experiencia personal
del Resucitado. Así, al comienzo de Esto significa que desde el primer
momento de su concepción humana y de su nacimiento (de la estirpe de David),
Jesús era el Hijo eterno de Dios, que se hizo Hijo del hombre. Pero, en la
resurrección, esa filiación divina se manifestó en toda su plenitud con el
poder de Dios que, por obra del Espíritu Santo, devolvió la vida a Jesús
(Cfr. Rom 8, 11) y lo constituyó en el estado glorioso de 'Kyrios' (Cfr. Flp
2, 9-11; Rom 14, 9; Hech 2, 36), de modo que Jesús merece por un nuevo titulo
mesiánico el reconocimiento, el culto, la gloria del nombre eterno de Hijo de
Dios (Cfr. Hech 13, 33; Hb 1,1-5; 5, 5). 7. Pablo había expuesto esta misma
doctrina en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, en sábado, cuando, invitado
por los responsables de la misma, tomó la palabra para anunciar que en el
culmen de la economía de la salvación realizada en la historia de Israel
entre luces y sombras, Dios había resucitado de entre los muertos a Jesús, el
cual se había aparecido durante muchos días a los que habían subido con El
desde Galilea a Jerusalén, los cuales eran ahora sus testigos ante el pueblo.
'También nosotros (concluía el Apóstol) os anunciamos Para Pablo hay una especie de ósmosis
conceptual entre la gloria de la resurrección de Cristo y la eterna filiación
divina de Cristo, que se revela plenamente en esta conclusión victoriosa de
su misión mesiánica. 8. En esta gloria del 'Kyrios' se
manifiesta ese poder del Resucitado (Hombre-Dios), que Pablo conoció por
experiencia en el momento de su conversión en el camino de Damasco al
sentirse llamado a ser Apóstol (aunque no uno de los Doce), por ser testigo
ocular del Cristo vivo, y recibió de El la fuerza para afrontar todos los
trabajos y soportar todos los sufrimientos de su misión. El espíritu de Pablo
quedó tan marcado por esa experiencia, que en su doctrina y en su testimonio
antepone la idea del poder del Resucitado a la de participación en los
sufrimientos de Cristo, que también le era grata: Lo que se había realizado
en su experiencia personal también lo proponía a los fieles como una regla de
pensamiento y una norma de vida: 'Juzgo que todo es pérdida ante la
sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor... para ganar a Cristo
y ser hallado en él... y conocerle a él el poder de su resurrección y la
comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte,
tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos' (Flp 3, 8-11). Y
entonces su pensamiento se dirige a la experiencia del camino de Damasco:
'... Habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús' (Flp 3, 12). 9. Así pues, los textos referidos
dejan claro que la resurrección de Cristo está estrechamente unida con el
misterio de la encarnación del Hijo de Dios: es su cumplimiento, según el
eterno designio de Dios. Más aún, es la coronación suprema de todo lo que
Jesús manifestó y realizó en toda su vida, desde el nacimiento a la pasión y
muerte, con sus obras, prodigios, magisterio, ejemplo de una vida perfecta, y
sobre todo con su transfiguración. El nunca reveló de modo directo la gloria
que había recibido del Padre 'antes que el mundo fuese' (Jn 17, 5), sino que
ocultaba esta gloria con su humanidad, hasta que se despojó definitivamente
(Cfr. Flp 2, 7-8) con la muerte en cruz. En la resurrección se reveló el hecho
de que 'en Cristo reside toda la plenitud de El valor salvífico de la resurrección l. Si, como hemos visto en anteriores
catequesis, la fe cristiana y la predicación de Ciertamente el misterio pascual, como
toda la vida y la obra de Cristo, tiene una profunda unidad interna en su
función redentora y en su eficacia, pero ello no impide que puedan
distinguirse sus distintos aspectos con relación a los efectos que derivan de
él en el hombre. De ahí la atribución a la resurrección del efecto específico
de la 'vida nueva', como afirma San Pablo. 2. Respecto a esta doctrina hay que
hacer algunas indicaciones que, en continua referencia los textos del Nuevo
Testamento, nos permitan poner de relieve toda su verdad y belleza. Ante todo, podemos decir ciertamente
que Cristo resucitado es principio y fuente de una vida nueva para todos los
hombres. Y esto aparece también en la maravillosa plegaria de Jesús, la
víspera de su pasión, que Juan nos refiere con estas palabra: 'Padre...
glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder
que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú
le has dado' (Jn 17, 1-2). En su plegaria Jesús mira y abraza sobre todo a
sus discípulos a quienes advirtió de la próxima y dolorosa separación que sé
verificaría mediante su pasión y muerte, pero a los cuales prometió asimismo:
'Yo vivo y también vosotros viviréis (Jn 14, 19). Es decir: tendréis parte en
mi vida, la cual se revelará después de la resurrección. Pero la mirada de Jesús
se extiende a un radio de amplitud universal. Les dice: 'No ruego por éstos
(mis discípulos), sino también por aquellos, que por medio de su palabra,
creerán en mí... (Jn 17, 20): todos deben formar una sola cosa al participar
en la gloria de Dios en Cristo. La nueva vida que se concede a los
creyentes en virtud de la resurrección de Cristo, consiste en la victoria
sobre la muerte del pecado y en la nueva participación en la gracia. Lo
afirma San Pablo de forma lapidaria: 'Dios, rico en misericordia..., estando
muertos a causa de nuestros delitos nos vivificó juntamente con Cristo' (Ef
2, 4-5). Y de forma análoga San Pedro: 'El Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo..., por su gran misericordia, mediante la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado para una esperanza viva'
(1 Pe 1, 3). Esta verdad se refleja en la
enseñanza paulina sobre el bautismo: 'Fuimos, pues, con El (Cristo)
sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo
fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros vivamos una vida nueva' (Rom 6, 4). 3. Esta vida nueva (la vida según el
Espíritu) manifiesta la filiación adoptiva: otro concepto paulino de
fundamental importancia. A este respecto, es 'clásico' el pasaje de La participación en la vida nueva
hace también que los hombres sean 'hermanos' de Cristo, como el mismo Jesús
llama a sus discípulos después de la resurrección: 'Id a anunciar a mis
hermanos...' (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza sino por don
de gracia, pues esa filiación adoptiva da una verdadera y real participación
en la vida del Hijo unigénito, tal como se reveló plenamente en su
resurrección. 4. La resurrección de Cristo (y, más
aún, el Cristo resucitado) es finalmente principio y fuente de nuestra futura
resurrección. El mismo Jesús habló de ello al anunciar la institución de También San Pablo pone de relieve la
vinculación entre la resurrección de Cristo y la nuestra, sobre todo en su
Primera Carta a los Corintios; pues escribe: 'Cristo resucitó de entre los
muertos como primicia de los que murieron... Pues del mismo modo que en Adán
mueren todos, así también todos revivirán en Cristo' (1 Cor 15, 20-22). 'En
efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad
y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser
corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: !La muerte ha
sido devorada en la victoria!' (1 Cor 15, 53-54). 'Gracias sean dadas a Dios
que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo' (1 Cor 15, 57). La victoria definitiva sobre la
muerte, que Cristo ya ha logrado, El la hace partícipe a la humanidad en la
medida en que ésta recibe los frutos de la redención. Es un proceso de
admisión a la 'vida nueva', a la 'vida eterna', que dura hasta el final de
los tiempos. Gracias a ese proceso se va formando a lo largo de los siglos
una nueva humanidad: el pueblo de los creyentes reunidos en 5. El Apóstol enseña también que el
proceso redentor, que culmina con la resurrección de los muertos, acaece en
una esfera de espiritualidad inefable, que supera todo lo que se puede
concebir y realizar humanamente. En efecto, si por una parte escribe que 'la
carne y la sangre no pueden heredar el reino de los cielos; ni la corrupción
hereda la incorrupción' (1 Cor 15, 50) lo cual es la constatación de nuestra
incapacidad natural para la nueva vida), por otra, en Se trata, sin duda, de realidades que
escapan a nuestra capacidad de comprensión y de demostración racional, y por
eso son objeto de nuestra fe fundada en 6. En espera de esa transcendente
plenitud final, Cristo resucitado vive en los corazones de sus discípulos y
seguidores como fuente de santificación en el Espíritu Santo, fuente de la
vida divina y de la filiación divina, fuente de la futura resurrección. Esa certeza le hace decir a San Pablo
en Esta certeza sostiene al Apóstol,
como puede y debe sostener a cada cristiano en los trabajos y los
sufrimientos de esta vida, tal como aconsejaba Pablo al discípulo Timoteo en
el fragmento de una Carta suya con el que queremos cerrar )para nuestro
conocimiento y consuelo) nuestra catequesis sobre la resurrección de Cristo:
'Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de
David, según mi Evangelio... Por eso todo lo soporto por los elegidos, para
que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la
gloria eterna. Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con El, también
viviremos con El; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con El; si le
negamos, también El nos negará; si somos fieles, El permanece fiel, pues no
puede negarse a sí mismo...' (2 Tim 2, 8-13). 'Acuérdate de Jesucristo, resucitado
de entre los muertos': esta afirmación del Apóstol nos da la clave de la
esperanza en la verdadera vida en el tiempo y en la eternidad. FUENTE: |
Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant ocds |