"¡Dios
mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!" Lc
18, 19-14 Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
Este relato del
evangelio de Lucas, se conoce mucho como la parábola del fariseo y el
publicano, donde el Señor en forma admirable nos ofrece una enseñanza sobre
las condiciones interiores de la oración. El fariseo de esta
relato, son de aquellos que se habían arrogado la tarea de simbolizar, con la
observancia estricta de los mandamientos y la multiplicación de las obras, al
verdadero Israel, a la comunidad del tiempo de la salvación. Por cierto, todo
lo que reza el fariseo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy
como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco
como ese publicano”, es verdadero, sin embargo esta rectitud es lo
que le hace ser impuro ante Dios. En efecto, el se
considera autorizado a calificar a los demás y aún peor, creerse superior a
ellos. El publicano es un
odiado recaudador de los impuestos, que trabajaba para el Imperio romano,
esta labor, hace que él se halle antes los judíos en una situación de
imperfección. Esto actitud de pecador es palpable, pues como leemos en el
relato, él no se atreve a acercarse al templo y se mantiene a distancia, ni
siquiera se anima a levantar los ojos al cielo. Sin embargo, el publicano se
golpea el pecho mostrando de este modo una señal que visible en su conciencia
del mal que se esconde en el corazón humano. 2.
PORQUE TODO EL
QUE SE ELEVA SERÁ HUMILLADO, Y EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO. La finalidad de
esta parábola, es enseñar el valor de la oración, pero con una condición
esencial de la misma: la humildad. Es condición esencial, pues todo el que
pide ha de reconocer lo que no tiene. Jesús, según Lucas, dijo esta parábola “a
algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás.” En la
oración, pues, la actitud humilde es lo que hace a Dios aceptarla, mientras
que la actitud soberbia del que pide con exigencia, más o menos camuflada,
Dios no la escucha. Así termina la parábola con una sentencia, citada varias
veces, pero que insertada aquí comenta el sentido del intento: “Porque todo
el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.” Es así como en esta
parábola la oración de cada uno, tanto la del fariseo como las del publicano,
hablan de su vida, por una parte la autosuficiencia de una pretendida
justicia que hace al que así reza superior a los otros y se expresa a través
de un extenso elenco de virtudes propias, y por otra parte el pecado que nos
hace pequeños ante Dios, y donde no hay más palabras que la invocación: “Dios
mío, ten piedad de mí”, con lo que entendemos quién fue grato a Dios
y quién es afectuoso a su corazón. 3.
LA ORACION DEL
SOBERBIO Y DEL HUMILDE. La circunstancia
presenta más bien una oración privada. En el caso del fariseo, encontramos al
soberbio, al engreído por la práctica material de El relato describe “El
fariseo, de pie”, la oración de pie era algo normal. Si analizamos lo
que reza, vemos que no ora, sino que relata sus necedades, porque sólo lo que
refiere, aunque fuese verdad, no evitaba el orgullo. Además alega obras de
supererogación. Ayuna “dos veces” por semana. No había más obligación que el
ayuno anual del día de Kippur, en el del mes de
abril. Pero los fariseos ayunaban los días segundo y quinto de la semana.
Pagaba, además, el diezmo de todo lo que vendía o adquiría. En cambio el
publicano reza:"¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!" La
oración del publicano, por su humildad, por reconocer lo que era ante Dios,
pecador, sin levantar los ojos ni las manos al cielo, como era normal, y
pedirle misericordia, era válida y adecuada. En cambio, la exhibición del
fariseo, que alegaba ante Dios sus obras como si fuesen suyas, infunde
soberbia, vanidad y presunción en su complacencia, no le trajo la
“justificación,” que es el único término que aquí se compara No le justifican
sus obras solas. 4.
EL ALMA SOBERBIA
SE ATORMENTA POR SÍ MISMA. La parábola que
expone Jesús, nos presenta dos posiciones opuestas del hombre frente a Dios,
una es simbolizada por el fariseo, “la soberbia”. Hablamos de
soberbia y nos referimos a una actitud de arrogancia, y los soberbios se auto
califican en sus hechos de grandiosos, magníficos, o estupendos, y disfrutan
placenteramente en la contemplación de sus cualidades propias, con
menosprecio a los demás. El orgulloso no
conoce el amor de Dios y se encuentra alejado de Él. Se ensoberbece porque es
rico, sabio o famoso, pero ignora la profundidad de su pobreza y de su ruina,
porque no ha conocido a Dios. En cambio, el Señor viene en ayuda de quien
combate contra la soberbia, a fin de que triunfe sobre esta pasión. El alma
soberbia se atormenta por sí misma. Para que puedas ser salvado, es necesario
que te vuelvas humilde, puesto que, aunque se trasladara por la fuerza un
hombre soberbio al paraíso, tampoco allí encontraría paz ni se sentiría
satisfecho, y diría: “¿Por qué no estoy en el primer puesto?”. 5.
EL ALMA HUMILDE
TIENE UNA GRAN PAZ La otra posición
opuesta, simbolizada por el publicano, es la de una profunda humildad. La
humildad, es una actitud derivada del conocimiento de las propias
limitaciones y que lleva a obrar sin orgullo: La humildad permite reconocer
los propios errores. Así es, como el publicano, que con esta actitud de
profunda humildad, hace un reconocimiento sincero de sus faltas, él se mira
interiormente a sí mismo y lo hace con verdad y honestidad, entonces se sabe
pecador, y por lo mismo, se reconoce necesitado del perdón de Dios. El sentimiento de
humildad del publicano, lo hace abrirse a sí mismo, y busca apoyarse en la
infinita misericordia de Dios, así es como dice: "¡Dios mío, ten piedad de
mí, que soy un pecador!". La suplica es con ahínco. Somos humildes,
cuando no nos fijamos en los demás y no los juzgamos, sino que los hacemos a
sí mismo. Finalmente Jesús,
pronuncia una sentencia sobre la actitud de soberbia del fariseo y la humilde
del publicano. El fariseo, llenos de si, se vuelve vacío de Dios, el
publicano, vacío de sí mismo y se ve envuelto por el amor y la misericordia
de Dios. Es decir la oración humilde justifica, es decir, nos hace aceptables
a Dios, y la soberbia nos cierra las puertas de su misericordia. Mantengámonos
humildes, Dios nos va a enriquecer con los beneficios de su gracia y de su
amor. “¡Dios mío, ten
piedad de mí, que soy un pecador!” El Señor les
Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
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