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FIESTA DEL
INMACULADO CORAZON DE MARIA 2 de julio
de 2011 EL
INMACULADO CORAZON DE MARIA CAUSA DE
NUESTRA ALEGRÍA QUE HACE BROTAR LAS SEMILLAS COMO UN JARDIN 1.
"María guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc 2,51). Aunque la
concepción de Jesús se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las
fases de la gestación y el parto como la de todos los niños. El Corazón de
María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pero la maternidad de María no se
limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al
crecimiento y desarrollo de su hijo. Siendo la educación una prolongación de
la procreación, el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó
a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, y
porque lo acompañó en su crecimiento humano. Jesús es Dios, pero como hombre
tenía necesidad de educadores, pues vino al mundo en una condición humana
totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb
4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, requirió la acción
educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al
período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret estaba sujeto a José y a
María (Lc 2,51). 2.
Los dones especiales de María, la hacían apta para desempeñar la misión de
madre y educadora. En las circunstancias de cada día, Jesús podía encontrar
en ella un modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a los hermanos. José,
como padre, cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un
ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador.
Enseñándole el oficio de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del
trabajo y en la vida social. María, junto con José, introdujo a Jesús en los
ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el
rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel. De ella y de José
aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a
Jerusalén por la Pascua. María encontró en la psicología humana de Jesús un
terreno muy fértil. Ella garantizó las condiciones favorables para que se
pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento del
hijo. María le dio una orientación siempre positiva, sin necesidad de
corregir y sólo ayudar a Jesús a crecer «en sabiduría, en edad y en gracia»
(Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José son modelos de todos los
educadores. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para
los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más
complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus
hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto
de Dios (Juan Pablo II). 3.
Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las
tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia
de ser el Hijo de Dios, siguiendo la voluntad del Padre. De maestra de su Hijo,
María se convirtió en su discípula. Jesús empleó los años más floridos de su
vida, educando a su Madre en la fe. Lo trascendental que resulta y fecundo
gastar largos años en la formación de un santo. Tres años de vida itinerante
y treinta años de vida de familia. La mejor discípula del Señor, fue formada
por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus
enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha.
"¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más
dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,27). 4.
Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos
a la persona misma de la Santísima Virgen. "Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5.
Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de
María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus
virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor a
Dios y a su Hijo Jesús y a los hombres, redimidos por su sangre. Al honrar al
Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, como templo de la Trinidad,
remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y
de gozo. 6.
En cada época histórica ha predominado una devoción. En el sig!o I, la Theotocos, la
Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio.
En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la
Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo se fue extendiendo la devoción al
Inmaculado Corazón de María, adelantada ya por San Bernardino de Sena y San
Juan de Avila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes. San Antonio María Claret, fundó la Congregación de
los Misioneros del Inmaculado Corazón de María Inmaculado de María en el XIX.
Y en el siglo XX, alcanza su cenit con las apariciones de la Virgen en Fátima
y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. En Fátima la
Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la
devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas
y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo
a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para
establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria".
También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración
de varias diócesis en el mundo realizada por sus
respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia, con lo que
la devoción al Inmaculado Corazón de María se vio confirmada y afianzada. Y
después Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II, que se declara milagro de
María: “Santo Padre, -le dijeron en Brasil-: Agradecemos a Dios, sus
trece años de pontificado”. Y contestó, tres años de pontificado y diez
de milagro. El ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el
deseo de la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del
marxismo y la conversión de Rusia. 7.
Cuando en el siglo XVIII el mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso
de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en Paray- le- Monial, y la constituye promotora del culto al Corazón de
Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver envuelto por amenazas de
guerras, divisiones y odios, herencia nefasta del materialismo y del
marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima, que difundan la devoción al
Inmaculado Corazón de Maria. Como remedio a los
males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es
ternura y dulzura, pero también exigencia de oración, sacrificio, penitencia,
generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus virtudes. 7.
El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible
fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas. El
Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de María,
que entregó la sangre más pura para formar la Humanidad de Cristo, y en el
que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón
espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que
la hicieron corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la persona
excelsa de la Madre de Dios. 8.
El Corazón es la raíz de su santidad, y el resumen de todas sus grandezas,
porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo
para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido,
mimado, como el huerto cerrado del Cantar de lo Cantares. Es su obra
primorosa y singular. Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de
las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló,
desde el primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, Maria "fuit ante sancta quam nata": nació antes a la vida de la gracia que a
la de este mundo...No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de
María. Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló
sobre las miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer
vestida del sol del Apocalipsis (12,1). 9.
La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en el que
no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad,
su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el
receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de María es el de la
Hija predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y
ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espíritu
realizó la más grande de sus maravillas, concibió por obra del Espíritu
Santo. 10.
El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón
de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón
Inmaculado de Maria: "Mujer, he ahí a tu
hijo" (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho
mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra; con sufrimiento y
con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es
tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes
de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano Mayor. 11.
Dios quiere conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado de
María. Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las gracias de la
Cabeza. Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza viéndoles interceder
por sus hermanos menores, y goza viendo que las gracias que le piden llegan a
nosotros a través de Ella. Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y
dignifica al mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las
santas aspiraciones, el heroísmo de los santos, los rayos más luminosos que
señalan al mundo los caminos de salvación. Como la imaginación, abandonada a
sí misma es la loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es
la perdición de toda nuestra persona, María nos enseña a amar con ardor, pero
con gran pureza. El amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos,
halla el modelo humano más perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria. 12.
Si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de cada
uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada
cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho a su
ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la
nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada
uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el
ciudadano al Jefe del Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra
Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones. 13.
Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara de
cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso, trabajo, recreo
para su pollada, no sería madre de familia, sino administradora de un colegio
o de un cuartel, donde la revisión médica y la vacuna colectiva se hace para
todos una vez. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que
lo necesita o se queja: no tiene un día al año de revisión ni de vacuna para
todos. Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio, sino
en una familia: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha
complacido en daros el Reino" (Lc. 12,32). 15.
Toda madre tiene amor particular a cada hijo y más al más desvalido, al
subnormal, al extraviado al más necesitado. El Corazón de María nuestra
Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia.
Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo
para los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada
al primero, y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno
como si no tuviera otro. Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a
cada uno, se puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se
dialogará con ella y se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a
su intimidad, que es importantísimo para nuestra vida interior, es preciso
tener firme fe en ese amor particular. 16.
Todos estos conceptos brotan del "Totus tuus" de Juan Pablo II, que en su Encíclica "Redemptoris Mater", ha escrito: "Se descubre
aquí el valor real de las palabras dichas por Jesús a su madre cuando estaba
en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «Ahí tienes a tu
madre» (Jn 19,26). Estas palabras determinan el lugar de María en la vida de
los discípulos de Cristo y expresan su nueva maternidad como Madre del
Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio
pascual del Redentor del mundo.... Es esencial a la maternidad la referencia
a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e
irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con
la madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación
personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia.
En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto
vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo
modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su formación y maduración
en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en el orden de la
gracia» mantiene la analogía con cuanto «en el orden de la naturaleza»
caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más
comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Calvario, la
nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a
un hombre: «Ahí tienes a tu hijo». Se puede decir, además, que en estas
mismas palabras está indicando plenamente el motivo de la dimensión mariana
de la vida de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel
instante se encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su
Maestro, sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor
confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La
maternidad de Maria, que se convierte en herencia
del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada
hombre. El Redentor confía María a Juan en la medida que confía Juan a
María"...Entregándose filialmente a Maria, el
cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre
de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en
su «yo» humano y cristiano: «la acogió en su casa. Así el cristiano trata de
entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la
Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y
educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud
del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el
espíritu, que ha llegado a ser la función de Maria
a los pies de la Cruz y en el Cenáculo. Esta relación filial, esta entrega de
un hijo a la Madre, no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede
decir que definitivamente se orienta hacia El. Se puede afirmar que Maria sigue repitiendo a todos las mismas palabras que
dijo en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga.
En efecto es El, Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4,6); es El
a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre «no perezca, sino que
tenga vida eterna» (Jn 3,16)... Para todo cristiano y todo hombre, María es
la primera que «ha creído», y precisamente con esta fe suya de esposa y de
madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es
sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta actitud y avanzan en la
misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable
riqueza de Cristo (Ef 3,8). Porque sus hijos
reconocen cada vez mejor la dignidad del hombre en toda su plenitud, y el
sentido definitivo de su vocación, porque «Cristo manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre» (L.G.). 17.
Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que «Maria
es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de
los fieles como de los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del
Pueblo de Dios, ratificó esta afirmación de forma más comprometida:
"Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia,
continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo,
cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de
los redimidos. El Concilio ha subrayado que la verdad sobre la Santísima
Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz para la profundización de
la verdad sobre la Iglesia... Por consiguiente, María acoge, con su nueva
maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también
a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido, Maria, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En
efecto, la Iglesia -como desea y pide Pablo VI- «encuentra en María, la más
auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo». 18.
El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser el
más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de egoísmo. El
amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor puro. Amándonos
con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma: sólo busca nuestro
bien. Incluso nuestra correspondencia de amor a Ella, no la quiere por bien
suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para poder
lograr nuestra transformación en Dios. El amor particular que nos tiene engendra
nuestra intimidad con Ella, y el abandono en su Corazón. Con el mismo amor
con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho "Emmanuel",
"Dios con nosotros" y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.
19.
El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para proteger y
defender a sus hijos, que no pueden impedir que enfermen, sufran accidentes,
mueran. Hacen por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco. Pero como María
nos ama con su Corazón de Madre de Dios, su eficacia es absoluta, porque
tiene en sus manos la omnipotencia divina, no por ser madre nuestra, sino por
ser Madre de Dios. 20.
En una familia de cinco hijos si uno es muy rico y poderoso y los otros
cuatro pobres, la madre no consentirá que el rico no socorra a sus hermanos pobres.
María no podrá consentir que su Hijo Jesús le impida usar de su infinita
riqueza y poder para socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir nunca, pues
Jesús la ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón. Jesús jamás
pondrá límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos. 21.
Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a condición de que no
fuera también nuestro, ella lo hubiera impedido: Si me haces su madre no me
des nada que yo no pueda compartir con ellos. Al darnos el Corazón de su
Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros todos los dones y riquezas que puso
en su Corazón: su predestinación si la queremos, el cariño con que la
envuelve, y los regalos con que Dios la recrea. No se puede amar a la Madre,
si no se ama a sus hijos, ni se puede dar gusto a la madre, si se abandona a
sus hijos. 22.
Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso se
la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha querido darnos
sus dones directamente, para que no nos pase como Adán. Se los ha confiado a
María, que nunca los perderá. Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los
conserva. Su Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo
suyo es nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su
pureza, su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hermanos es nuestro,
porque Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y
como son nuestros los podemos ofrecer a Dios, sobre todo cuando no tenemos
nada que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos
más, porque somos más pobres, como su Hijo, recibió los dos reales de la
viuda. 23.
Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los hizo suyos Jesús
en su pasión y en la Eucaristía. Y nuestras tristezas y aflicciones. «Este es
el Cordero de Dios, que toma sobre sí, los pecados del mundo"; los
dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (He 9,4). Como
en la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras carencias que reactivan su
pasión, y goza inefablemente cuando nos ve a su lado, el Corazón de María,
las considera suyas como se identificó con los sufrimientos Jesús como
Corredentora, sufriendo todos nuestros dolores y pecados, y recibiendo hoy el
consuelo de nuestra gratitud e intimidad . Siempre y en cada momento
compadece con nosotros. Cuando pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y
pecadora. Por eso Jesús nos perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre
la humillación de nuestros pecados, que la oprime porque somos sus hijos. De
la misma manera que el Padre nos perdona para quitar a su Hijo el oprobio que
en la Eucaristía siente de nuestros pecados porque los hace
suyos, y al quitárnoslos se los quita a El. Sin la Eucaristía sería muy
difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión de Cristo, que quedaría
demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos que El haga suyo lo nuestro. 24.
Por eso no debemos desconfiar ni desesperar. María es refugio de pecadores. Y
cuando después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo:
Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os
limpiará a vosotros para que todos estemos limpios. 25.
El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el sufrimiento
por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor,
está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y
abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de
angustia, vacío y ansiedad. Siempre nos queda su Corazón, sus brazos
acogedores maternales que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y
Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con
Ella y con nosotros, y nos dice: "Venid a Mí todos los que estáis cargados
y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga
ligera" (Mt. 11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos
fortaleza y hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor. La
compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son
incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en
nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce
ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere
sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es
necesario pasarlo. Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos,
humillaciones, anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores
físicos y morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden,
cuando el Corazón de María, pudiéndolos evitar, prefiere hacerlos suyos, y
sufrirlos en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la
luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: "Dios,
a los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su
Hijo" (Rom. 8,29), y "seremos conglorificados con El, si padecemos con El"(Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes
que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa Teresa:
"O padecer o morir" y a San Juan de la Cruz: “Padecer y ser
despreciado por Vos”. 26.
La ilusión mayor de una madre es que su pequeño llegue a adulto y se haga
fuerte como su padre: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto»
(Mt. 5,48). Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la
perfección del Padre Celestial, copiando a su Jesús, que agota la hermosura
del Padre, pues es esplendor de su gloria e imagen desu
substancia. Esa es la clave para entender el empeño del Corazón de María en
dejarnos sufrir. 27.
Es muy provechoso que reflexionemos y meditemos las verdades eternas y
desentrañemos con nuestro esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes y la
maldad de los pecados y su fealdad y la belleza del amor pero, como obra
nuestra, tengo para mí, que esta reflexión y actividad se queda a mitad
camino, como diría San Juan de la Cruz, "con ella se hace poca
hacienda". Reflexionando vemos, pero ya decía el clásico: "Video meliora, proboque, deteriora sequor". "Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo
lo peor". Y San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que
no quiero" (Rm 7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para hacer la
verdad y lo mejor. Son las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del Corazón
de María, por eso lo más lógico y eficaz de razón y de fe, es llevar a la
Eucaristía los problemas y en presencia y compañía del Corazón de María,
derramar nuestro corazón, problemas y tentaciones para que como por ósmosis y
en otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y
sin poderlo explicar. "Entréme donde no supe, y
quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo. Yo
no supe dónde entraba, Pero
cuando allí me ví, Grandes
cosas entendí; No
diré lo que sentí, Pero
me quedé no sabiendo, Toda
ciencia trascendiendo" (San
Juan de la Cruz). 28.
"¡Oh Dios, tú que has preparado en el Corazón
de María, una digna morada al Espíritu Santo, haz que por la intercesión de
su Corazón y su compañía e intimidad, lleguemos a ser templos de su
gloria". Amen. JESUS MARTI BALLESTER |